Cuando el 2 de octubre,
más de 6 millones de colombianos le dijeron NO a los primeros acuerdos de La
Habana, estaba totalmente desesperanzado, pues las posibilidades de terminar el
conflicto armado y solucionar nuestras diferencias por medio del diálogo,
parecían perderse en el ocaso. “Ya no hay nada que hacer –dije- el problema es
la gente, no la guerrilla ni los paramilitares”.
En el capítulo 7 del
libro del Génesis, se cuenta que Dios, en su magnífica piedad, hizo llover
sobre la tierra durante 40 días y 40 noches seguidas para erradicar toda la maldad
humana, dejando únicamente a Noé, su familia, y su grandiosa arca, llena de
lagartos, sabandijas, culebras y toda clase de animales, mamíferos y omnívoros,
que habrían de reproducirse nuevamente para poblar la tierra, siempre y cuando
estuvieran en paz y no se mataran los unos a los otros en ese claustro
artesanal que construyó Noé, el sumiso impasible.
Y así fue. Pasaron 40
días de tormentas, en los que la tensión se hizo inaguantable, y la violencia
parecía estar más cerca que nunca. Reuniones irreconciliables, listas
interminables de propuestas inviables y una situación internacional que en nada
ayudaba al contexto local. Con el aguacero se desbordaron ríos, que para
esperanza nuestra, llevaban a miles ciudadanos unidos por una causa que es a la
vez un deber y un utópico deseo: la construcción de una paz estable y duradera
en Colombia.
El 12 de noviembre, luego
de intensivas jornadas de negociaciones en la tierra de Raúl y Fidel, se dio a
conocer en horas de la mañana el nuevo texto con el que se busca darle fin a
esta guerra patrocinada por ricos y luchada por pobres. El cónclave se prolongó
bastante, lo suficiente para no rebasar la profecía bíblica, dándole un
ultimátum al secuestro de la paloma blanca, que metieron al arca, pero nada que la dejan salir.
Con 10 páginas de más, el
acuerdo publicado por el equipo negociador del Gobierno Nacional y la Delegación
de Paz de las FARC-EP, tuvo que enfrentarse a los fanatismos de las iglesias
evangélicas más conservadoras, al uribismo, y al resentimiento mezclado con
temor, infundado principalmente por los entes ya mencionados. Así ya nadie, ni el ex
procurador, ni el fiscal, ni Uribe, ni Pastrana, ni Holmes, ni Zuluaga, podrán
decir que el acuerdo de paz los excluyó (a no ser que reclamen el hecho de no
haber sido procesados por sus crímenes, bajo el modelo de la justicia
transicional).
Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores
Juan Hernany Romero C.
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