martes, 28 de agosto de 2018

El bramido muerto

Ramón Martí y Alsina.1826-1894 (Barcelona. España) .

Permanecer inmóvil se había vuelto necesario para él, cuando a su alrededor todos se entrecortaban con tanto afán. Fue el pensamiento de su sonrisa el que lo dejó suspendido en el aire. Se hallaba sentado en posición frontal en el barrio La Macarena, envuelto por el letargo de la plaza de toros La Santamaría, donde alguna vez se vivió la fiesta brava y hoy solo queda el guayabo de las almas de mil toros asesinados entre gritos y olés, por espadas frías que penetraban sus corazones hirvientes. Un último bramido volaba con el viento, y llegó a mí entre las volutas de cigarrillo que elevaba un extraño que estaba a mi lado. Me preguntó, sin verme, qué pensaba de las hojas secas. Él pensó que eran unas malditas obstinadas, que se negaban a morir en los árboles y preferían caer para vivir en el suelo.

-Algunas son indecisas-, le dijo él, como si pudiera leer sus pensamientos, y juntos, haciendo una voz en coro, dijeron: “Permanecen flotando en el aire como aves que disfrutan del viento”.

-Yo he estado allí, en la otra plaza-, dijo el extraño.

-¿Cuál plaza?-, preguntó incrédulo, tomándolo por loco.

-En la que está más allá, donde somos nosotros los toros y quienes recibimos los espadazos directos con la complicidad de un silencio alucinado. Y un torero sale en hombros con dos orejas en sus manos, aclamado por una multitud de insensatos, que se olvidan del desorejado. Al suelo solo caen los cuerpos que han vivido una lucha en desigualdad de condiciones. Por eso es que el torero sale de la plaza levitando impune.

-¿Y quién era el torero?

- Todos lo hemos sido, incluso yo, pero ahora soy el alma de un toro olvidado.

Nicolás Méndez y Juan Hernany Romero.
@SectaDeLectores