jueves, 25 de agosto de 2016

Un día con la bestia



En 1995 se estrenó en España e Italia una película que cambiaría muchos de los preceptos sobre cómo hacer cine. Rompiendo esquemas, jugando con los temas, oscilando entre la seriedad inminente del Apocalipsis y la comedia generada por una historia dinámica, Alex de la Iglesia confirmó ser uno de los directores de cine más arriesgados de España al filmar, en medio de la navidad y el frío, “El día de la bestia”.

Y es que ya van 20 años desde que esta “comedia satánica” salió, y todavía sigue siendo vista como una obra maestra, de avanzada, con dosis de humor inteligentes que no la hacer parecer rogando por la risa de los espectadores. Uno no se cansa de verla sino que, por el contrario, recurre a ella frecuentemente para aliviar las cargas de una realidad rutinaria, absorta en sí misma, y, lamentablemente, tediosa. No es mi intención aquí hacer un resumen o una sinopsis de la trama –mejor recomiendo verla-, sino resaltar sus aspectos fundamentales y ver por qué nos resulta tan divertida.

Cuando el cura y catedrático de teología, Ángel Berriatúa, descubre por medio de operaciones matemáticas algo reforzadas, el día del nacimiento del Anticristo (lo cual significa el comienzo del fin del mundo), resuelve que la única forma de salvar a la humanidad y darle una nueva oportunidad,  es engañando al diablo y matándolo. Desde ahí se propone “hacer todo el mal que pueda” como se lo confiesa a su superior en una Iglesia con una cruz de piedra que termina por aplastarlo. Así, un manso cordero de Dios termina convirtiéndose en un delincuente torpe y desesperado por ver al que se cree, es el creador de todo mal. Lo más curioso es que todo lo hace solicitando “la ayuda de Dios”, el cual le envía un metalero satanista y un astrólogo famoso.


Viendo la película para realizar el presente escrito me encontré con que, a lo mejor, esta suponía una especie de Quijote cinematográfico, pues, de buena gana y con conocimiento de causa, comenzó como una típica película de terror en la cual el demonio es mostrado como responsable de todo el mal del mundo. Desde el principio son notables varios elementos característicos del cine de terror occidental: paranoia religiosa, atmosferas tensas, representaciones de la muerte y simbología ocultista o satánica. Todo lo necesario para un filme de horror está servido. Y la temática no dista mucho de las producciones tradicionales. Lo que cambia es la forma.

De algún modo, desde mi perspectiva personal, encuentro cierta crítica por parte de los productores de la película, a la fórmula clásica con la que hasta ahora se han realizado los filmes de terror, no solo a la estructura narrativa, sino también al discurso inmerso en los contenidos. Esa moralidad tácita que implica el triunfo del bien sobre el mal, representado en las figuras bíblicas de Dios sobre Satán, y que siempre termina dándole el crédito a los valores cristianos. Esa es la perspectiva que, sin necesidad de exponer críticas teóricas o directas, se ridiculiza por medio de una historia similar, pero extremadamente particular.

Lo mejor de todo es que la atmosfera se conserva, el diablo sigue existiendo y, a cada minuto, se hace menester cumplir con la misión de asesinarlo. Qué buen reflejo de las conductas y explicaciones sociales podemos encontrar aquí: siempre vemos la causa de nuestros males en entidades ajenas a nosotros, le echamos la culpa a las energías, los hechizos, la mala suerte, el mal de ojo, la brujería o las posesiones demoníacas. Siempre estamos en busca de un chivo expiatorio. Necesitamos un sujeto u objeto para culpar, para lavarnos las manos, para sentirnos redimidos.


A pesar de algunas predisposiciones personales con el tema, la cuestión del satanismo no deja de ser interesante, pues su esencia oscura y su carácter hermético brindan un aire de curiosidad, de morbo. A todos nos gusta el diablo, nos gusta más que Dios. Nos parece atractivo, fuerte, imponente, poderoso, coqueto; y en una película como esta es, sin duda, el personaje principal, toda la trama gira en torno a él. Me gustaría extenderme un poco más en torno al tema del satanismo, en exponer qué es, qué representa y cómo se manifiesta en la sociedad. Pero, para no salirme del marco contextual (la película “El día de la bestia”), me limitaré a dar una breve concepción tomada de Anton Szandor Lavey: el satanismo como constructo de signos que representan determinadas conductas humanas, más específicamente, el vitalismo y la sed de libertad. Se ve a Satán no como una deidad adorable, sino como un símbolo, una representación de la libertad, las pasiones, los ideales y los instintos vitales. Es un asunto semiótico. Sin embargo, no doy el tema por cerrado, sino que lo postergo para una próxima ocasión.

Por último, no podemos dejar de lado uno de los componentes más importantes del filme: la música. La banda sonora de la película es, sencillamente, excepcional. El metal extremo y, específicamente, el Death Metal, dotan la producción de un aire undergroumd, diferente. Ahí también se juega con la simbología de la música, con las percepciones sociales que se tienen de ella y con los imaginarios colectivos. “Música demoníaca”, “hay que poner los discos al revés para escuchar el mensaje”, son expresiones que, a menudo, resultan molestas por su falta de fundamento, pero que aquí son un motivo de gozo, de burla, de diversión. Bandas como Def con Dos, Soziedad Alkoholika, Ktulu, Ministry, entre otras, son las encargadas de darle potencia y carácter a esta obra de arte, a esta, la mejor, aventura satánica.

A continuación les comparto el enlace que remite a la película:
http://amorlatinochat.com/pelicula-el-dia-de-la%20bestia.html

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores

domingo, 21 de agosto de 2016

Palabras trancadas



Una vez leí una columna de Héctor Abad Faciolince en la que decía que llevaba doce horas frente a la pantalla del computador sin poder escribir nada. Ni la novela en la que trabajaba, ni en su columna semanal. Su artículo terminó tomando  la forma de una triste apología que intentaba buscar el perdón de los lectores por no hablar de temas cruciales e interesantes, ocurridos a lo largo de la semana.

A veces ocurre que nos preparamos leyendo, preguntando, releyendo, anotando, pensando. Pero por alguna razón no tenemos nada qué decir, o no tenemos ni idea de cómo decirlo si es que tenemos algo. Ahí comienza uno a ensayar, a darle rienda suelta a los pensamientos que vienen en fila, demasiado rápidos para los dedos de las manos y para la construcción de un texto. ¿Qué tanto valor tendrá este ejercicio? En primer lugar esto es algo que, por lo general, no se hace con la intención de publicarse, sino todo lo contrario, de dejar lo más impublicable tirado allí para hacer una limpieza. Sin embargo, hay quienes han pedido que sus escritos fueran quemados (antes de su publicación), ya cuando su llama vital estaba a punto de apagarse. Franz Kafka le pidió a su mejor amigo, Max Brod, que quemara la mayoría de sus escritos. La razón no la especificó, hasta donde sé, pero estaba encarnizado en que esta sería su última voluntad. No quiero ni imaginarme lo que sería el mundo ahora, si M.B hubiese acatado la súplica de Kafka. ¿Qué hubiera sido de mis últimas semanas?

A los que, por ahora, nos podríamos denominar aspirantes a escritores, se nos presentan (o atraviesan) en el camino ciertas dificultades, ciertos monstruos, pues muchos creen que, al igual que los youtubers, podemos soltar cuantas estupideces carentes de reflexión y contenido nos salen de los nervios para recibir grandes cifras de visitas y comentarios, luego capitalizadas en la edición de un libro Best seller, el cual se convierte, por uno o dos meses (no tiene impulso para más) en la mina de oro de una editorial desesperada por no poder ganar lo suficiente en clásicos, filosofía, ciencias o poesía. La verdad es que sí se puede, y no solo se puede sino que además es muy fácil. Basta con ponerse una máscara que oculte cuantas miserias humanas hallan en la existencia del individuo, y ahí, buscar cómo descrestar a los espectadores. El mejor medio para ello es la tecnología: una cámara de resolución aceptable (que pueda enfocar la playera de moda) y lo más importante: un tentativo y caprichoso proceso de edición, que nos haga decir “este sí que tiene estilo; sabe”.

Desde que empecé este proyecto de internet que hoy conocemos como Secta de lectores, he disfrutado mucho compartiendo diferentes artículos y escritos que expresan opiniones y gustos personales, con el fin de ponerlos en común y generar temas de conversación, debate y diálogo. Claro, no somos una mayoría (por eso somos secta), pero me agrada saber que hay quienes aún creen en la lectura como instrumento de navegación mental, de introspección subjetiva, de experimentación social. Por eso, reconociendo las dificultades vitales que tiene cualquier proyecto, me he propuesto generar este espacio, del cual no espero fama ni dinero, sino libertad, goce, diversión y, por qué no, una buena dosis de dolor y sufrimiento.


Juan Hernany Romero Cruz
@SectaDeLectores


sábado, 13 de agosto de 2016

Ignorancia, violencia y homofobia



El pasado 10 de agosto miles de manifestantes salieron a las calles de las principales ciudades colombianas a marchar en contra de una cartilla que, según fuentes anónimas, sería distribuida en los colegios por el Ministerio de Educación para adoctrinar a niños, niñas y jóvenes con la llamada “ideología de género”.

Colombia siempre se ha caracterizado por ser el escenario de cientos de hechos inéditos y sorprendentes (lamentablemente, no siempre en el buen sentido). Somos campeones olímpicos no solo en BMX o levantamiento de pesas sino también en desperdiciar oportunidades, matonear personas, y llenar calles de gente marchando en rebaño por motivos que no conocen muy bien, pero que, sin embargo, polemizan con carteles insultantes y con mala (horrorosa) ortografía. Con todo eso uno se pregunta si las personas que salieron a marchar habían leído previamente la cartilla o conocían formalmente su contenido.

Inicialmente se había dicho que la cartilla que sería distribuida por el Ministerio de Educación contenía un alto contenido pornográfico con imágenes de hombres teniendo relaciones íntimas homosexuales. Un centenar de imágenes rondaron por las redes sociales escandalizando a padres de familia y colegios en su mayoría religiosos que, con razón, se preocupaban de la integridad y educación de sus hijos. Lo que casi nadie sabía es que las ilustraciones que se difundían y propagaban como bacterias, pertenecen a un libro de origen belga titulado In bed with David & Jonathan publicado en el año 2006. En cuestión de minutos, todos los partidarios del conservadurismo y el puritanismo heterosexual  hipócrita, se alborotaron y comenzaron a escupir veneno en contra de la Ministra de Educación, Gina Parody, quien, por su condición homosexual, no pudo escapar de los insultos y aberraciones lingüísticas plasmadas en carteles y coros desafinados que le hacían reverencia al Procurador y a su séquito de reprimidos sexuales.

Luego, con un poco de lógica, se logró establecer que el supuesto material educativo del Ministerio de Educación no contenía ni una sola imagen alusiva a relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, ni enseñaba a los niños a masturbarse o a cómo “salir del closet”. Pero como aquí ni una buena prueba fehaciente de la falsedad de los rumores es suficiente, la querida y Santa madre Iglesia Católica y su protuberancia reformada, constituida por los evangélicos protestantes de las iglesias pentecostales y adventistas, dejaron de descalificarse por sus inconcordancias teológicas y sus cuentas bancarias, para formar un solo rebaño que, alimentado (empachado) por la presencia de militantes uribistas, realizaron un nuevo aporte a la sociología: la ideología de género. Así es, eso es un invento de ellos. Y su “ideología” consiste en que cualquier persona con inclinaciones sexuales y afectivas distintas a las hegemónicas, representa una amenaza y un mal ejemplo para la familia tradicional, la de María, José y Jesús (es curioso que no tengan bueyes y burros como mascotas).

Pero lo más curioso y sospechoso del caso es que en la página oficial del Ministerio de Educación nunca se presentó ningún documento vinculado a la educación sexual en los colegios. Tampoco se han realizado campañas publicitarias en torno al tema por parte de esta entidad estatal. En el sitio web de las Naciones Unidas se encuentra un documento de 99 páginas titulado Ambientes escolares libres de discriminación. 1. Orientaciones sexuales e identidades de género no hegemónicas en la escuela. Aspectos para la reflexión, una obra en desarrollo trabajada por académicos expertos en el tema que, según declaraciones de Gina Parody, no ha sido aprobado por el Ministerio ni ha sido adoptado como documento oficial. Por ende, no se le puede atribuir la responsabilidad al Ministerio de Educación hasta que este no le haya dado el visto bueno a dicho proyecto. Y, por cierto, que no se me olvide comentar que, revisando dicha cartilla, no encontré ni una sola imagen pornográfica explícita o insinuante que promueva la homosexualidad y el sexo prematuro.


Lo anterior lo deja todo patas arriba, sin nada claro, oscurecido, agitado y aberrante. Un sancocho de oportunistas y mediocres mezclando prejuicios y desprecios. Un movimiento vergonzoso que movilizó miles de personas para que, en medio de su cólera, firmaran por la perpetuación de la guerra. Un Procurador que se equivocó de profesión, ubicado entre Monseñor y Dictador. Una sociedad intolerante y cada vez más irresponsable. Y un chisme que generó todo lo anterior, demostrando que los colombianos somos incapaces de aceptar las diferencias, y preferimos que los suicidios, provocados por el acoso escolar y la homofobia, continúen. Pero eso sí, que ningún hijo nos vaya a salir marica.  


Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores

miércoles, 10 de agosto de 2016

El devenir



Desde hace ya un tiempo –no mucho, aclaro-, cuando dejé que la vida hiciera lo que tuviera que hacer, entendí lo que en tiempos remotos fuera un misterioso enigma. No es fácil anotarlo, pero cuando la tormenta llega con su furia arrasadora y choca contra un espíritu sediento y, en consecuencia débil, puede terminar por ahogarlo en su abundante agua.

Al ser sobrepasado por semejante cuerpo hídrico, y al verse cada vez más hundido en el mismo, lo que antes fuera la conciencia se convierte en confusión, y cualquier fragmento de identidad queda oscurecido en las profundidades de ese silencioso y aturdidor destino, al que fue condenado desde tiempos desconocidos. Nunca se está preparado para una cosa así, en especial cuando el apego irracional a otro ser se ha tornado en la propia conducta. Ser desconectado, arrancado, destetado, constituye algo que se podría denominar una lección de vida, reservada para quienes, por azar o instinto, han llegado a este punto. Y ese es el problema, que queda uno más perdido que nunca, sin rumbo, dirección, noción ni motivo, buscando a la desesperada una playa en la cual poder descansar y ver, si es posible, qué fue lo que ocurrió.

Entonces, ya algo fatigado y con la mente opaca entre recuerdos y remordimientos, se asienta uno en un lugar aparentemente seguro y a la vez doloroso, con el único motivo de rendir homenaje a lo que antes fue y jamás volverá, al alegre pasado, que perdura entre sombras y brillos intermitentes, que al ser expuestos al mortífero tiempo, se mezclan, en sinigual indiferencia, con sueños y alucinaciones.  A la vida no se le da el más mínimo interés por su poseedor, porque ella sabe que no dentro de mucho pasará a otras manos que, indistintamente de las anteriores, ignorarán el verdadero significado de lo que es. Por eso, esta no tiene ningún reparo en desligarse de un cuerpo animado por su primitivo impulso, dejándolo a la intemperie del devenir que, entre otras cosas, lleva y trae relojes de arena corriendo a toda mecha en busca de algo que ignoran.

Pero el tiempo sigue, y para alegría o infortunio sigo vivo, al menos por ahora. Y las hojas de aquel árbol en el cual me asenté, y al que di de beber con mis lágrimas, ya se han secado; y han quedado tan débiles, que sin oponer resistencia alguna, fueron llevadas por los vientos, que más que destruir y arrasar, refrescan en un silencio contemplativo en el que no cabe emoción alguna. Luego viene la brisa, que aunque fuerte y penetrante, no es tóxica ni dañina. Solo es brisa, solo es ella, sin nombre ni apariencia, de espíritu eternamente vivo e intemporal.

Y al final uno aprende, más que por obligación por resignación, que no vale el esfuerzo de correr en carrera estrepitosa hacia el abismo de la gente; que no hace falta forzarse para llegar a algún lugar, que a nadie le importa lo que observa, porque de tanto mirar para fuera, ya se enmudeció su infierno. Y aprende uno también que querer retener a alguien no es amor, que querer vigilarlo no es entrega y que pretender poseerlo es más que humano. Fue ahí donde me di cuenta que el diablo no es tan malo y que Dios no existía tanto; que el agua que me ahogaba ahora la podía beber, y que la oscuridad que en su noche me asustó, con gusto podía ser mi hogar.

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores

sábado, 6 de agosto de 2016

Reflexiones sobre "La naranja mecánica"

Reflexiones sobre "La naranja mecánica"

En 1962 es publicada en los Estados Unidos y, posteriormente en el Reino Unido, conservando el texto original, la novela A clockwork Orange (La naranja mecánica) del escritor, académico, músico y educador, Anthony Burgess. Durante mucho tiempo hemos estado engañados acerca del verdadero origen, esencia y argumento de la historia. Al escuchar el nombre de la novela muchos referencian inmediatamente la película dirigida en 1971 por Stanley Kubrick.

Burgess nació en Mánchester en 1917. Se dedicó a la lingüística, la traducción, las lenguas, la música –se destacó como compositor de cámara- y entre 1946 y 1960 fue educador oficial en Malasia y Brunéi. En pleno auge de su edad adulta, sufrió un desmayo a la mitad de una clase, al ser evaluado por los médicos, estos le diagnosticaron una grave enfermedad cerebral. Con semejante diagnóstico, Burgess creyó que la muerte estaba cerca y, su esposa, que era aún joven, pero dependiente de él, quedaría sola, por lo cual él tendría que dejarle asegurados algunos ingresos. Para ello, con la presión de la muerte en la nuca, Anthony se dedicó de lleno a escribir, esperando que el dinero de las copias vendidas fuera suficiente para la esposa. Así, escribió cinco novelas y media en un año, entre las cuales se encontraba su magnum opus “A clockwork orange”.


Cuando el autor redacta la novela en Nueva York, la lleva  a una editorial local para ser distribuida. El editor, quien pensaba en ganar miles de dólares en ventas, le sugirió, o mejor dicho, le exigió suprimir el último capítulo (el 21) que, a su juicio, contradecía la trama, llevándose toda la emoción de la ultraviolencia tras de sí. Anthony, que no tenía ingresos fijos y debía responder por su familia aceptó, y sin más, la naranja de 20 capítulos que llevó a miles de norteamericanos a gozarse en las oscuras aventuras de Alex y sus drugos, comenzó a circular por todo el país, convirtiéndose en un éxito de ventas.

Pero, si hoy estoy hablando de la existencia de un capítulo que le da la vuelta al concepto que se tiene de La naranja mecánica, ¿cómo es que he llegado a saberlo? En primer lugar tenemos al oportunista editor que, aprovechándose de la situación del autor, le hizo creer que éste estaba siendo generoso al aceptar el manuscrito de un escritor poco conocido, haciendo que aquel, que necesitaba con urgencia el dinero, accediera a la mutilación de su novela, la cual se convirtió en una fábula. Teniendo en cuenta lo anterior tenemos dos relatos distintos: el original (británico, global, completo, con vigésimo primer capítulo) y el norteamericano (la fábula, la vida sin opción moral, el que inspiró a Kubrick para su película). Aunque Kubrick rodó el filme en Inglaterra, el libro que leyó fue el norteamericano, que no le robó la fantástica atmósfera que construyó el productor neoyorquino, pero, inconscientemente –eso espero- volvió a mutilar la novela de Burgess, perpetuando la maldición acaecida nueve años antes en la fecha de su primera edición.


Con el pasar del tiempo y con las múltiples traducciones (hebreo, alemán, español, italiano, francés, japonés, sueco, ruso, portugués, etc…), el texto original cobró algunas deudas entre sus lectores, y en algunos círculos –algo reducidos, por supuesto- fue reconocido por fin el mensaje de la novela y la intención de Anthony Burgess. El texto trae consigo el problema de la elección moral, es decir, del poder tomar libremente una decisión entre el bien y el mal partiendo de la base del libre albedrío.

Ese es el tema de la novela, no como tal la violencia (o ultraviolencia como la denomina la obra), ni tampoco se limita a ser un relato psicológico; es el de la condición humana limitada, y a veces (casi siempre) coactada por las dinámicas sociales que exigen del individuo una determinada conducta. En esencia todos los seres humanos tenemos orientaciones o deseos ocultos que, a la luz pública, se verían escandalosos y enfermizos, pero que hacen parte de ese fuero humano que mantiene en constante batalla a los instintos, las fantasías, la realidad, el miedo, la culpa, el dolor, la moral y, lo más horroroso, el juicio externo.



Cuando Alex se narra en su cotidianidad, que para él es muy normal y, de hecho, lo es, describe un entorno urbano contemporáneo en sus múltiples demostraciones aparentemente reales: el bar lácteo Korova, en el que sirven la leche plus (o moloco) con sustancias alucinógenas mezcladas es uno de los lugares predilectos de Alex, Pete, Georgie y el Lerdo (llamado Din en la película). Los jóvenes se sientan, ordenan su moloco y comienzan a pitear de lo lindo, entrando en mundos paralelos que concluyen con un encuentro directo con Bogo, es decir, con Dios. Esto, narrado como un viaje maravilloso y la vez punzante, no es más que una traba, perdón, un estado alterado de conciencia provocado por el consumo de drogas. He aquí un elemento posiblemente significativo: la droga.

Luego de beber uno o dos vasos de la deliciosa leche plus con cuchillos, los chicos tienen un montón de energía que no saben cómo descargar, pero que, de todas formas, tienen que hacerlo. Para eso salen a la calle –preferiblemente en la noche- para buscar algo de diversión. Se topan con Billyboy y su pandilla, que en ese mismo instante intentaban violar, entre por lo menos cinco jóvenes, a una muchacha que, infortunadamente para ella, aunque no para ellos, cayó en los instintos de estos málchicos, quiero decir, muchachos. Alex y sus amigos la emprenden contra la gallada enemiga con usy, nocho y britba (cadena, navaja y cuchillo), y estos les responden con las mismas armas aunque con menos destreza, y así, terminan en el piso, aturdidos por el dolor, mientras nuestros cuatro personajes continúan disfrutando de una noche joven, estrellada y jugosa.


Una pelea a muerte, un violación de cuatro hombres a una mujer (que concluyó en su muerte) mientras el esposo de ésta era obligado a verla mientras lo golpeaban amarrado, un robo (con las víctimas dejadas al borde de la muerte) y el hurto de un auto que luego fue arrojado al río, fue el saldo de una noche en la que el pobre Alex terminó exhausto, estado perfecto para ir a dormir. Así transcurrían los días y las noches de este grupo incansable, antes de la posterior captura de Alex por homicidio, y de la muerte de Georgie mientras el primero estaba en prisión.

¿Cómo hizo Burgess  para plasmar tanta violencia “ficticia” en las páginas que abarcan los dos primeros capítulos de la obra? Bueno, la verdad es que los redactores de los diarios nacionales no publican novelas anuales sino historias diarias, y, lo que es peor, reales. Muchos de los noticiarios y reportes de los medios se han hecho dueños de algo que podríamos denominar crónica roja, en donde la primera página tiene titulares como “Mató a su mamá a cuchillo”, “Desmembró a su hermano por celos”, “Se suicidó luego de incendiar su casa”, y cuando no hay una noticia lo suficientemente caliente y hedionda, sale algo todavía más fétido: “Los amores de Fredy Guarín”.



“Parece mojigato e ingenuo negar que mi intención al escribir la novela era excitar las peores inclinaciones de mis lectores. Mi saludable herencia de pecado original se exterioriza en el libro y disfruto violando y destruyendo por poderes. Es la cobardía innata del novelista, que delega en personajes imaginarios los pecados que él tiene la prudencia de no cometer.” Eso dice Burgess, Anthony (1986) cuando, sintiéndose atado a su propia obra, devela el sentido de la misma, claro está, para quienes quieran saberlo.  Y también dice: “Pero el libro también guarda una lección moral, la tradicional repetición de la elección moral. Es precisamente el hecho de que esa lección destaca tanto lo que me hace menospreciar a veces La naranja mecánica como una obra demasiado didáctica para ser artística”. El libro tiene un fin, y muy claro.

El producto solo tiene dos formas, la literaria, reproducida y perpetrada por la imprenta, y la cinematográfica, que en su momento tuvo mucho éxito, eso debido a la fama acaudalada en la figura de Kubrick. En primer término, el producto, como todos, asume un rol comercial, pues tanto el libro como la boleta o el DVD tienen un precio en el mercado. Su impacto en cuanto a los efectos o reacciones en la sociedad ha sido relativo. Muchos lo han tomado como una crítica al sistema y a los planes de contingencia urbana para controlar las pandillas y los crímenes en Inglaterra, en este caso podemos tener en cuenta figuras como la del Primer Ministro, el cuerpo policial (luego conformado por los mismos pandilleros) y desde luego, el ineficiente proceso de penalización, que no rehabilita delincuentes, sino que los fortalece. Otros lo han tomado como un objeto de estudio, esto especialmente en las facultades de psicología, donde se pretende trazar paralelos entre la historia y la realidad. Algunos, los que se rigieron por el prólogo de Burgess, enfatizaron en el problema moral que entra en conflicto con un ser lleno de jugo y vida actuando mecánicamente (de ahí el título de la obra), para este caso podemos analizar al protagonista, al cura de la prisión y al F. Alexander, el supuesto autor del libro.



El libro sirve para muchas cosas, y también para entretener. Miles de personas vieron la película solo para divertirse, algo que está bien. Al menos no fueron obligados a hacerlo. La pieza cinematográfica no ha sido una excepción en ese lio que hace de cualquier manifestación artística o literaria un chivo expiatorio.  Muchos creen que por el hecho de que un adolecente esté expuesto a videojuegos como Grand Theft Auto, Doom o Quake, o a la música de Marilyn Manson, Ozzy Osbourne o Slayer, puede terminar siendo un asesino en serie, violador, secuestrador, satánico, narcotraficante y, posteriormente, suicida. Es como decir que quien lee a Nietzsche automáticamente se vuelve anticristiano, o quien lee a Hitler sueña con ser dictador; o, en caso más ridículo, terminar transformado en insecto gigante luego de leer La metamorfosis de Kafka. Esos impactos no existen, a no ser que estén premeditados por el espectador o consumidor. Por tanto, puede estar tranquilo de que no se convertirá en un nuevo Alex al leer A clockwork Orange. Para eso está la elección moral en la que tanto insiste Burgess.

Teniendo en cuenta lo anterior, creo que no hay necesidad de idear una estrategia, si hubiera que hacerlo por su impacto masivo, para reducir el impacto de la obra. Y si la hay, la única es recomendar primero leer el libro y luego ver la película, pero eso hace parte de la autonomía y responsabilidad de cada individuo. Dejémoslo en letras del autor: “Coman esta porción Dulce o escúpanla. Son libres”.

Quod scrisi scripsi (Lo que he escrito, escrito está).

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores





lunes, 1 de agosto de 2016

El orden, ¿un capricho más?


Alguna vez le dije a mi madre que escribir era uno de los mayores sufrimientos. Lo dije mientras transcribía el contenido de una conferencia sobre el lenguaje periodístico, la cual se suponía que publicarían en la revista universitaria, aunque nunca lo hicieron. Pero, ¿por qué sufrimiento? Tal vez porque cuando uno tiene un sueño, espera todo de él porque este se convierte en el sentido final de la existencia. Ahora, en términos algo más objetivos –eso espero-, la escritura es el acto de plasmar algo que vagamente habita en la mente, en ese universo caótico y cambiante, que transforma imágenes en cuestión de unidades muy pequeñas de tiempo, inferiores al segundo. En este momento pensaría que escribir (en el sentido de redactar) es equivalente a ordenar. Pero, ¿quién impone dicha organización?, ¿el orden puede ser relativo, al menos en el caso de la escritura? Platón, en su teoría de las ideas expone que éstas, a diferencia de sus representaciones materiales, son inmutables y universales, lo cual significa que tienen un valor general y único para todos, en especial, al referirse a la idea de justicia.

Así, la pregunta es distinta: ¿qué idea tenemos de orden?

Desde pequeño recuerdo que mi madre siempre tuvo, como algo innato, una postura obsesiva (casi maniática) por el orden. Si algo no estaba en el puesto que le había sido asignado, se molestaba demasiado y se le empezaba a subir la tensión. Los forros de los muebles debían permanecer ubicados milimétricamente, de modo que los bordados de la tela quedaran alineados con el corte del sofá o la silla. Los libros de mi biblioteca, que eran los objetos con más movimiento en mi cuarto, eran revisados por ella para verificar que se alinearan perfectamente sobre el borde la repisa, obedeciendo a un orden por los tamaños de los volúmenes del rinconcito que más aprecio de toda la casa.


Eso en cuanto a lo que llamaría organización material-espacial, y que consiste en hacer que todas las adquisiciones que le suben el ánimo a la gente, se vean en armonía, en una discreta exhibición. De modo que dicho orden no se trata de algo más que la apariencia de los objetos ante la mirada externa. Y así también con la ropa (la combinación de los colores, los materiales y el estilo), con los cortes de cabello, con los alimentos, con la gente misma. Pero ¿no tendrá algún otro sentido el orden aparte de la apariencia?

Muchas personas hablan del sentido común, término que por monótono y arbitrario no he aceptado bien, y que constituye, para una gran mayoría, la más esencial lógica u orden en cualquier ámbito de la vida. No muy lejano a éste se encuentran las llamadas prioridades, término empleado por Descartes en su Discurso del método, para organizar de manera jerárquica o en términos de importancia, actividades, preguntas, relaciones, etc.


Por algunos autores un poco más cercanos, aprecié que en la naturaleza no existe tal orden, y que el Cosmos es un Caos. Eso de querer clasificar especies, objetos, tamaños, géneros, es algo que el hombre, en su labor de sobrevivir, ha hecho para rodearse de un ambiente seguro, aprehensible, familiar, y que, a la vez, le permite generar una identidad, primero personal y luego colectiva, en la que selecciona lo que prefiere y rechaza lo que no le interesa o le disgusta. Como todo, esto no se trata más que de otro de los caprichos humanos, que son tantos que, lamentablemente, a diferencia de todo lo demás, no han logrado organizarse.

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores