jueves, 23 de febrero de 2017

Las memorias de un demonio llamado Belphegor


Dedicado a mi papá.

Belphegor en Bogotá, 2017

Cuánta espera, cuánta ansiedad, cuánto ánimo. Una de las agrupaciones más sólidas de todos los tiempos regresaría a Bogotá después de más de cinco años. Belphegor, que había arribado a Colombia el 20 de febrero después de presentarse en México, Guatemala y El Salvador, le regalaría a la escena colombiana un recuerdo imborrable, de esos que quedan en el corazón y dan guayabo al otro día, porque son momentos que marcan y dejan una huella indeleble.

Dice la leyenda que Belfegor (Baal-peor) es un demonio que le ayuda a los hombres a hacer descubrimientos e inventos ingeniosos que conducen a las riquezas. En realidad, según los textos bíblicos, Baal Peor era el dios de los moabitas. Cuando Israel era dueño de las planicies de Moab, en la zona del noreste, los israelitas tenían relaciones ilícitas, ante los ojos de Dios, con las mujeres moabitas, sacrificándose, por ende, al terrible Baal Peor. En esas circunstancias, y obedeciendo a la infinita piedad que Dios le había otorgado, Moisés condenó a muerte a más de 24.000 israelitas. ¡Qué cosas más horribles son las que pueden hacerse en nombre de Dios!

Con el tiempo, supongo que como una forma de redimir la historia, todos aquellos nombres mitológicos o históricos que en su momento representaban la diferencia entre la vida y la muerte, comenzaron a ser adoptados con fines más artísticos y nobles. Tenemos varios ejemplos: La doncella de hierro, antiguo instrumento egipcio de tortura, adoptado por los británicos Iron Maiden; la “Santa” inquisición, cuya traducción al inglés es el nombre de los firmes Inquisition; Behemoth, otro demonio, mencionado por Thomas Hobbes en su “Leviatán”; y, por su puesto, Belphegor.



Volvamos a la música. Belphegor se formó entre 1991 y 1992 en la ciudad de Salzburgo, Austria, como una banda de Black/Death Metal; sus líricas, obedeciendo al fino arte de blasfemia, resultan bastante provocadoras al referir temas no poco polémicos por su connotación cultural, especialmente si nos ubicamos en contextos tradicionalmente conservadores y puritanos. Helmuth Lehner, nacido en 1968 en Korneuburg, es hoy el único miembro original del grupo desde el día de su formación. Este talentoso músico, guitarrista y vocalista de la banda, ha hecho de Belphegor uno de los referentes más profesionales en la escena del Metal extremo.

Este año, los austriacos se encuentran realizando la gira “Latin America Cremation 2017”, con fechas en México, Guatemala, El Salvador, Colombia, Perú, Bolivia, Chile, Argentina y Brasil. Me atrevo a decir que el público más grande, apasionado, leal y activo, es el latinoamericano, del que doy fe, en el caso colombiano, por pertenecer a una escena luchadora, sincera y diversa.

Las bandas encargadas de abrir esa noche de metal fueron: Cercenated (Sogamoso, Boyacá), exponentes de un Death Metal contundente, quienes lanzaron en 2016 su primer larga duración “In circles of total dominance”; Pheretron (Bogotá), agrupación de Black Metal que le rindió, con un minuto de silencio, un sentido homenaje al gran titán del Heavy Metal colombiano, Elkin Ramírez, fallecido en enero de este año; y Blackmoon (Bogotá), banda formada en 1999, dignos representantes del Black Metal nacional.



Sobre las 22:00, Belphegor saltó al escenario con una descarga de energía brutal que desbordó la emoción de todos los asistentes en el auditorio Lumiere que, para esa hora, estaba totalmente lleno. “Belphegor, Belphegor, Belphegor”, gritábamos todos. Helmuth y Serpenth salieron, junto a sus dos compañeros; se dieron media vuelta, levantaron los cuernos y comenzó el rito. Canciones como “Stigma Diabolicum” (con su magnífico solo), “Lucifer Incestus”, “Hell’s Ambassador” e “In Blood- Devour this Sanctity” (tema final), conformaron la lista para el gran concierto de este grupo austriaco, concierto que nunca se irá de mi memoria y que dejó, para siempre, una imagen perpetua en mi mente y mi corazón.

¡Hail Belphegor!


Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores

viernes, 10 de febrero de 2017

Una evolución ideal



Para muchos, hoy, en pleno siglo XXI, en la era informática, donde de maneras diversas tenemos, en general, acceso a la información y al conocimiento, el criterio de la evolución humana resulta ser una teoría ajena a nuestra realidad, si es que no se la califica de inmoral, apóstata y profana. Somos lo que somos y punto. Solo a muy pocos les interesa saber cómo es que llegamos a constituirnos como seres vivos, que a su vez interactúan y viven en permanente contacto con el mundo que les rodea. Nos acostumbramos a salir del paso con respuestas bobas, huecas, tautológicas. Cuando no respondemos que todo es así porque sí, entonces repetimos obstinadamente lo que en nuestra más remota infancia nos inculcaron: que no deberíamos preocuparnos por semejantes cosas (el origen del mundo, el sentido de la vida), porque ya todo está escrito, es decir, que alguien a quien nunca hemos visto, pero de quien hablamos todo el tiempo, ha trazado nuestro destino a su gusto y parecer.

Y es que para qué nos preocupamos por eso, si ya está más que claro que el único fin del hombre sobre la tierra es trabajar para adquirir bienes y “ascender” en la escala social. Trabaja, ahorra, consigue pareja, cásate, ten hijos y has el intento de dejar un recuerdo feliz. No hay más modos de vida. No concebimos la existencia de otra manera. Nos quedamos anclados en prejuicios pueriles que se solidifican con el tiempo hasta convertirse en verdades absolutas que regulan la existencia y determinan la conducta. La tecnología avanza, los medios de comunicación se expanden, las empresas innovan, y el humano ¿evoluciona?

“La evolución humana es un esfuerzo continuo del hombre para adaptarse a la naturaleza, que evoluciona a su vez. Para ello se necesita conocer la realidad ambiente y prever el sentido de las propias adaptaciones: los caminos de su perfección. Sus etapas refléjanse en la mente humana como ideales. Un hombre, un grupo o una raza son idealistas porque circunstancias propicias determinan su imaginación a concebir perfeccionamientos posibles” (Ingenieros, José, 1913).

El buen José Ingenieros nos entrega en “El hombre mediocre” una serie de parámetros claros, expuestos desde la psicología, que nos permiten entender mejor los procesos cognitivos y sociales por los cuales la raza humana evoluciona. Es gracias a los idealistas que una sociedad avanza. Los ideales nos permiten adelantarnos a nuestro tiempo y orientar nuestros esfuerzos a fines evolutivos. “Un ideal no es una fórmula muerta, sino una hipótesis perfectible (…) los ideales, entre todas las creencias, representan el resultado más alto de la función de pensar”. Un ideal no es una simple ilusión onírica: es un fruto de la imaginación que parte de la experiencia y anticipa resultados futuros.

José Ingenieros, autor de "El hombre mediocre"

Hay varios tipos de ideales: morales, intelectuales y sociales. Cuando la semilla de uno se siembra, la exigencia nos obliga a cultivarlo de forma integral, pues un ideal no se construye con fines egoístas, ni carece de fundamentos teóricos, ni representa una índole maligna. Siempre se ponen al servicio de los demás, sirven de referente y punto de partida. Cada ideal materializado por las fuerzas del mérito y el rigor, es un paso hacia adelante en la historia de la humanidad. Es gracias a los ideales –y a los idealistas- que evolucionamos.

Román Guberm plantea en El eros electrónico  que muchas de las inexplicables conductas que tenemos hoy en día se deben a una herencia filogenética. Entendemos por filogenética todo lo referente a la fiogenia, es decir al origen y desarrollo evolutivo de las especies, de todas las estirpes de seres vivos. Guberm hace especial hincapié en una evolución física y cerebral, determinada por las necesidades. Justo lo que denomina “cociente de encefalización”.

No olvidemos, pues, que la evolución humana se determina por los cambios ambientales, de su entorno. La evolución representa entonces una exigencia y una necesidad. Si no evolucionamos, morimos. Porque las condiciones son diferentes y debemos cambiar con ellas. De ahí que las variaciones sean tan importantes, pues es gracias a ellas que tenemos la capacidad de adaptarnos a diferentes entornos y sobrevivir. Estamos en una evolución constante, aunque apenas nos percatemos de ella. Es más, me atrevería a decir que hoy más que nunca, nos enfrentamos a un proceso evolutivo tan rápido que se nos están olvidando las nociones humanas más importantes.

Volvamos a Ingenieros (1913). En el capítulo introductorio de su obra nos dice que “Evolucionar es variar. En la evolución humana el pensamiento varía incesantemente. Toda variación es adquirida por temperamentos predispuestos; las variaciones útiles tienden a conservarse. La experiencia determina la formación natural de conceptos genéricos, cada vez más sintéticos; la imaginación abstrae éstos ciertos caracteres comunes, elaborando ideas generales que pueden ser hipótesis acerca del incesante devenir: así se forman los ideales que, para el hombre, son normativos de la conducta en consonancia son sus hipótesis”. Tenemos en este fragmento varios elementos interesantes. El primero de ellos nos dice que el preámbulo, antes de cualquier manifestación física o social, es una variación en el pensamiento del individuo que, tal como se señala en el segundo elemento, es un temperamento predispuesto. Luego, haciendo alusión a la teoría de la selección natural, se afirma que las variaciones que son útiles se conservan. Después, en un tercer momento, se expone el papel que la experiencia cumple en la formación de conceptos genéricos (es decir, comunes) y cómo se sintetizan para luego, por medio de la imaginación, ser abstraídos, generando hipótesis que nos adelantan a ver el futuro. Y así, teniendo ideales bien constituidos, por la experiencia y la imaginación, establecemos unas normas que orienten nuestra existencia, siempre en función del ideal.

Encontramos en Guberm (2000) afirmaciones similares. El español nos dice que el hombre ha planteado una estrategia de evolución cultural, la cual, naturalmente, tiene funciones  adaptativas. El autor de El eros electrónico también acepta la idea de los temperamentos predispuestos que, posteriormente, se convierten en normas. “En todas las sociedades humanas existen unas predisposiciones biológicas que se elevan al rango de normas y a las que se superponen otras normas, emanadas de la inteligencia humana y no de la biología: constituyen códigos de conducta que reglamentan su convivencia y que en las sociedades más desarrolladas se plasman en leyes y reglamentos escritos”.          

Tenemos, como punto de referencia, dos conceptos clave para la comprensión de estas variaciones evolutivas. Por un lado, está la neofilia (atracción por lo nuevo), y, por el otro, la neofobia (miedo por lo nuevo). Entre el equilibro que estas dos fuerzas activas proporcionan, se encuentra la dinámica social humana. Es como un tire y afloje, absolutamente necesario para el sostenimiento y la evolución humana. Ambos elementos son igualmente necesarios.

De la neofobia –llamémosle mejor conservatismo cultural- podemos destacar un elemento positivo: su permanente preocupación por la perpetuación de la especie. Actúa como un sensor de riesgo y peligros, activando de forma inmediata una reacción de miedo. Hago aquí la salvedad de que el miedo tiene dos caras, una buena y otra mala. En primer lugar, el miedo, como reacción instintiva de los seres vivos, nos ayuda a conservar la vida, porque nos indica dónde están los riesgos. Si no sintiéramos miedo saltaríamos al fondo de un volcán, nos atravesaríamos en la mitad de un carril de Transmilenio o saltaríamos sin paracaídas de un avión. El miedo, como regulador, es esencial. Sin embargo, y aquí está el gran problema, el miedo, como el resto de las emociones humanas, puede llegar a manipularse o interpretarse erróneamente. Entonces, podemos llegar a sentir miedo cuando no hay peligros, cuando no tiene ningún sentido tenerlo. El miedo se infunde, y hay quienes son expertos en ello.  Vivimos con múltiples miedos, productos de amenazas, prejuicios, traumas. Las religiones teístas nos hablan del temor de Dios, el capitalismo nos aterroriza con el desempleo y la inflación, el Centro Democrático con el castro-chavismo y la ideología de género, y Trump con el muro.

El miedo, en su acepción más negativa, no es más que una aberración, una malformación de este instinto vital y natural. Es normal sentir miedo, lo anormal es vivir con él. Como humanos, y como parte de nuestro proceso evolutivo, estamos obligados a establecer diferencias entre el miedo natural y el artificial, porque de lo contrario seguiremos confundiendo al virus con la vacuna y seguiremos siendo esclavos de las más viles mentiras, inventadas para dominarnos. Por lo demás, es justo reconocer la importancia de variar y evolucionar, pero que eso no se nos convierta en un lastre, es decir, no todo lo que sigue el rebaño va hacia la evolución. También es necesaria la revolución, y esta, en su momento preciso, es una prueba de la evolución humana, una victoria para la independencia del espíritu y una liberación para la raza.

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores



viernes, 3 de febrero de 2017

Muere libre




Estaría entre mis trece o catorce años, era de noche, muy templada par ser de Bogotá, y estaba sentado en el sofá de la sala con los audífonos puestos, escuchando el “Expreso del Rock” de Andrés Durán, mientras leía, o trataba de leer, con el mayor cuidado posible, el significado del libro del Kybalión, el cual es atribuido a un tal Hermes Trismegisto, uno de los mayores ocultistas de toda la historia, un semidiós. No recuerdo ya muy bien lo que aquel milenario texto decía. Era una especie de tratado filosófico, el resultado de un enorme esfuerzo por entender las fuerzas que rigen el universo físico y su relación con la dinámica mental del hombre que, hasta el día de hoy, no ha dejado de ser un misterio.

Como era domingo, la emisión del “Expreso del Rock” era dedicada en su totalidad al Metal, desde el más tradicional Heavy Metal hasta el sonido más extremo de géneros como el Black, el Death, o el Grindcore. Si no me equivoco, casi al inicio del programa se destinaba un espacio para los sonidos nacionales. Sonaba el Metal colombiano, y con él toda una sinfonía de sueños e ilusiones que, en mis años de adolecente, crecían y se retrataban en mis sueños. Estando en esas, se anunció el lanzamiento de una nueva banda de Heavy bogotana, muy prometedora por su sonido y por la propuesta que traía. Esa banda es Julian’s Fire, la cual, a mi parecer, es una de las mejores exponentes del sonido Hard Rock tradicional. Como estaban de gira, no iban solos. Contaban con la fortuna de viajar con Adrián Barilari, antiguo vocalista de la agrupación argentina Rata Blanca. Iba también con ellos toda la formación de la mítica banda antioqueña Kraken.

Sonó el especial, sonó Kraken. Ya la había oído antes, pero, para ser honesto, nunca me había fijado en sus letras. “Todo hombre es una historia” fue el primer tema en sonar. No sé en qué momento, sin moverme un solo centímetro del mueble donde estaba, dejé de sentir que estaba sentado. Les podrá sonar muy loco, muy marihuano, pero así me sentí, elevado, fascinado, emocionado hasta la médula. No podía entender cómo un hombre retrataba algo que yo veía, sentía, pero no era capaz de decir. El rock, como siempre, me salvaba, me acompañaba, era mi mejor amigo a cualquier hora. No entendía lo que pasaba hasta que el mismo Elkin me lo dijo:

“Nunca nadie se sentaba
a escuchar lo que pensaba
a nadie le importó.
Era amante de la vida
de la música que un día
sus sueños despertó.”



Desde aquella noche, Kraken se convirtió en mi referente más cercano. La banda que llevó a Colombia a tener un lugar en el basto universo del rock. Pasaron por el Show de las Estrellas de Jorge Barón, es decir, por un escenario del que todo el mundo estaba pendiente, porque no cualquiera pasa por ahí y, hasta cierto punto, imponía las tendencias musicales del país. Podría inferirse, pues así lo conciben algunos, que aquella aparición de Kraken en el programa de Jorge Barón, pudo haber afectado la ética de la banda, tentándola a producir sonidos más comerciales, que fuesen más accesibles a los consumidores de música en el país. Ni eso ni el éxito de más de 30 años de carrera musical afectaron al Titán, que se mantuvo siempre como el único miembro original del grupo, siempre sencillo, sonriente, cálido.

El año pasado, salió la última producción de la banda, “Sobre esta tierra”, un disco fenomenal que, para ser grabado cuando Elkin estaba en tratamiento médico, resultó ser un álbum exquisito, fiel al sonido original de Kraken y con unas líricas sumamente bellas, de carácter idealista, romántico, soñador. “Hay hombres que dan la vida por un ideal”, dice la primera canción del disco. Parece que, sin saberlo, Elkin Ramírez hablaba de sí mismo, porque nadie como él ha dejado la huella de un auténtico soñador, dando su vida por el ideal que guio su corazón.

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores