sábado, 5 de noviembre de 2016

La liberación



Resulta muy común que en reuniones, diálogos, sesiones académicas o conversaciones superficiales, notemos, sin haberlo buscado antes, algún contraste ideológico o, para no encasillarme en este concepto, diferencias irreconciliables en la concepción del mundo. Sin embargo, si somos los suficientemente inteligentes, optamos por dejar pasar esos detalles para evitar conflictos y pugnas inútiles, que no acaban en nada y que, al final, pueden terminar dañando amistades o relaciones de tiempo atrás.

A todos nos criaron, aunque de lejos no lo parezca, con criterios muy distintos los unos de los otros. Ni siquiera se puede hablar de un mismo método o proceso educativo entre hermanos, puesto que cada persona es un caso distinto y lo que funciona para uno puede no aplicar para el otro. De hecho, cuando los hijos crecen, se evidencian diferencias muy notables en cada uno de ellos. Unos se parecen más al papá, otros a la mamá y otros al lechero. Hay casos en los que ni siquiera el hijo en cuestión sabe cómo llegó a ser como es, si nada tiene que ver con sus padres, ni con los principios, creencias o prejuicios de sus progenitores. Nada está escrito, y ningún sistema de crianza puede asegurar la obtención de un producto planificado en la mente, o más bien, en la imaginación.

Algún filósofo de la modernidad dijo que el ser humano, al crecer, tiene dos caminos: la continuación del legado de los padres o encargados de la crianza, en cuyo caso podríamos hablar de cierta herencia de identidad; o la modificación de una parte considerable de dicho legado, desaprehendiendo los baluartes de la educación infantil, para adoptar y asumir una concepción alternativa del mundo. 

Existen innumerables casos en que el producto de la crianza es la antítesis del ente orientador ¿Cuántos hijos no son el opuesto de sus padres hasta el punto de parecer de otra familia? La verdad es que son muchos, y lo que es más interesante, la mayoría coincide con un grupo de características comunes y predominantes. Los casos más frecuentes tienen que ver con una educación rígida y autoritaria, en la que son los aspectos morales  los que sientan las bases para una formación orientada a las tendencias hegemónicas. Así, por ejemplo, la filiación doctrinaria, incuestionable y, en casos fanática a una religión por parte de la familia, termina generando rechazo por parte del hijo pródigo que prefirió probar otros caminos espirituales (o antiespirituales) antes que el presentado por los congéneres.

Para Freud y la tradición del psicoanálisis, muchos de los complejos presentes en la vida de las personas, tienen una relación directa con problemas presentados en las etapas infantil y puberal, justo cuando las ansias de libertad se chocan con las riendas controladoras de los padres que, con el mismo instinto de sus procreadores, cuidan y protegen su semilla, que es una inversión de muchos años, y que sería una lástima que se echase a perder por caprichos mundanos. Es común que cuando ha habido excesiva influencia por parte de los padres, especialmente, y no sé por qué, de la madre, el individuo termine generando serios problemas de inseguridad, pues la falta de autonomía en momentos tan críticos de la formación, termina por ser una insuficiencia de algo fundamental, como lo podría ser una vitamina o un nutriente.

De lo anterior surgen varios dilemas de distintos tipos. Uno de los más importantes es el de la liberación, o para ser más exacto, el momento de la liberación. Tal vez sería más prudente decir independencia, separación o destete, pero el término liberación, aunque negado, no deja de ser una realidad en el sentir más profundo de las personas, especialmente durante los primeros meses, hasta que se dan cuenta que se sigue siendo esclavo de la vida, que ha sido corrompida por el dinero y, por tanto, del sistema, de la exclusión y de los requerimientos más arbitrarios, impuestos por una lógica capitalista que no deja títere con cabeza a la hora sentar sus bases en la sociedad. 

Ahí la plata hay que ganársela con el sudor de la frente, con el dolor de los hombros y con la resignación de la voluntad. Es un momento realmente contradictorio, ya que se termina un régimen convencional, aparentemente cerrado pero, al fin y al cabo, natural y necesario, para salir al aire donde nos espera el lobo, que no es natural ni cariñoso ni comprensivo, y que termina por absorber, si no nos percatamos de ese hecho, cualquier atisbo de libertad basada en ideales nobles, bellos y humanistas.

Así, parece que estamos perpetuamente condenados a los rigores de la vida en sociedad, que es cada vez menos social y más individualista, y que aspirar a algo tan puro y magno como la libertad es una ilusión generada por el sopor de la insatisfacción humana, incubada en una vida sumisa ante el modo dominante. 

Sin embargo, insisto, hay muchas maneras de generar cambio; y así como el sistema se acrecienta dejando montones de basura a nuestros alrededores, también nosotros podemos crecer y, sobre todo, pensar. Me refiero a tomar acciones efectivas y funcionales aprovechando las herramientas que se van quedando en el olvido del pasado y que entran en la monotonía del presente. Hablo del estudio de la historia, de la reflexión sentada en los hechos; en el análisis del contexto actual y, con cuidado, prudencia y sobriedad, la planificación orientada a un futuro evolutivo, reparador y consistente.

Es cierto que muchos han querido taparnos la boca diciéndonos que perdemos nuestro tiempo al pensar un mundo diferente, al cuestionar la realidad que nos rodea y al incomodarnos e incomodar a los demás con nuestras preguntas contestatarias e inconformes. Han querido oprimirnos con la imposición de una lógica excluyente, con la que pretenden darnos por impedidos al no cumplir con los requerimientos supuestamente necesarios para poder ejercer como actores de cambio y mejoramiento social. A veces, pretenden asustarnos, inyectarnos miedo, y enmarcarnos en una serie de estereotipos que le restan validez a nuestra causa y nuestro pensamiento. 

Siempre buscarán la ocasión para reprobar nuestras ideas, para ponernos en ridículo y disminuir nuestros ánimos. Pero es ahí cuando debemos demostrar nuestra inteligencia, no desperdiciando nuestras energías en confrontaciones someras que se lleva el viento y que nos desgastan psicológicamente. No caigamos en la trampa, no perdamos tiempo, no entremos a hacer parte de ese círculo vicioso que nos convierte en un engranaje más de la estructura social determinada por el régimen oligárquico.

Es tiempo, y así lo exige la naturaleza, de tomar decisiones, de conocernos a nosotros mismos, de medirnos y de actuar. Formémonos, organicémonos, intercambiemos ideas, propongamos y trabajemos. Aprendamos, y este es un punto importante, a convivir con los demás y sus respectivas diferencias. Adaptémonos a la realidad, sin adoptar ni naturalizar el salvajismo inconsciente al que nos han traído con empujoncitos tenues e hipnóticos. 

La decisión hoy queda en manos de cada uno de nosotros. ¿Seremos compuertas irrelevantes al servicio de lo invisible? O, por el contrario ¿Alzaremos en alto nuestras banderas para la consolidación de una mejor sociedad, solidaria, responsable y visionaria? No nos quedemos de brazos cruzados. El tiempo de la liberación ha llegado.

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores

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