domingo, 29 de abril de 2018

Morir es no estar más con los amigos



Esta frase no es mía, no lo podría ser. Corresponde a Gabriel García Márquez, y la leí en el prólogo a sus “Doce cuentos peregrinos”. Comenzaba pues la lectura de los cuentos de Gabo, precedidos por este texto que me puso a pensar gravemente en el significado de sus palabras, pues fue por esos días cuando tuve mis primeros acercamientos a la muerte, a la muerte real, al alejamiento solitario, callado, moribundo, de los amigos.

Por estos días un lector me dijo que, en verdad, no existe una diferencia clara entre la vida y la muerte, y que, a lo mejor, ya estamos muertos con la ilusión de estar vivos. Yo le creo, porque la muerte la siento mucho más cercana que la vida. Aún más: he encontrado en ese límite infructuoso, en esa tentación constante de voltear a ver la muerte como próxima esposa, algún atisbo de paz, la paz que solo la resignación y el abandono pueden dar, la paz de sabernos de otra parte.

He llegado a considerar que permanecer en este punto es lo más cercano a lo que nos dice Fito Páez. Aunque, claro, con algunas salvedades. “Entonces navegar se hace preciso en barcos que se estrellan en la nada. Vivir atormentado de sentido, creo que esta sí es la parte más pesada”. Y ese es el tormento, el sentido, porque ya no está, ya no existe, desapareció.

Comienza entonces la danza, la amnésica danza que no controlo yo, sino que me lleva. La danza en la que tomo y suelto tus manos, en la que te veo y te quiero y te abrazo. La danza que, caprichosamente, me lleva a mi resguardo final sin saber todavía cuándo y va dejando la pista libre para que ustedes, alegría de mi vida, vuelvan a bailar como lo hacían antes conmigo, en medio del júbilo magistral de sabernos vivos y con la extraña certeza de poder estarlo mucho más. Y mirarán al cielo, esperanzados de que nos volveremos a encontrar en alguna parte, buscando entre los recuerdos la imagen más bonita de nosotros.

No hay, ni ha habido, ni habrá, una muestra más fiel a la vida que la amistad. Incluso cuando estamos a punto de morir, pues es en ese momento cuando recordamos que estamos vivos porque hay alguien más que lo está y lo reconoce, y perdura como una huella que permanece hasta la última memoria que la pueda retener. Cada traza de alegría, de confianza, de esperanza, de resignación, de tristeza, de miedo, de dolor, ha valido la pena gracias a ustedes, mis amigos, porque le dieron lo único que justifica el ejercicio vivir día tras día: sentido. Y me aproximo, por ahora, a decir que el abandono del sentido es la concreción de la muerte.

Y en llegando a esa concreción, entre los espasmos espectrales de la soledad y el silencio, comienzo a verme pálido, con una imagen rara de mí mismo, ajeno, lejano, y me doy cuenta, de nuevo, que morir es no estar más con los amigos.


Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores