martes, 22 de noviembre de 2016

Metal Extremo 2: Crónicas del abismo (2011-2016)




Han pasado cinco años desde que Salva Rubio, del modo más aventurado y temerario, publicó el libro Metal Extremo: 30 años de oscuridad (1981-2011) (lea aquí la reseña), uno de los textos más ambiciosos, completos y apasionantes sobre esta música. El libro, en términos generales, ha gozado de gran aprecio por parte del público, algo que tiene más que merecido por su magnífica composición y organización, y más aún, por la vitalidad y riqueza de su contenido.

Este año, Salva Rubio ratifica su pasión por el metal extremo con la entrega de la segunda parte de su obra: “Crónicas del abismo (2011-2016)”, volumen en el cual actualiza y amplía los horizontes de su primer libro, añadiendo artículos procedentes de conferencias e investigaciones más recientes alrededor de la corriente musical que ha acompañado las vidas de millones de personas en el mundo, sembrando sueños e ilusiones, y cultivando placeres y experiencias.


Con un total de 1728 bandas, de las cuales 213 son españolas, el autor de “Zíngara: Buscando a Jim Morrison y “El Príncipe”, nos revela las historias más fascinantes de este género musical, que sigue creciendo, creando y metaleando a lo largo del globo terrestre. Sin duda, este es un libro que los amantes del metal extremo no podemos dejar de lado, y que a la vez representa una gran oportunidad para quienes quieran adentrarse por primera vez en este fantástico universo musical. 

Salva Rubio

¿Cómo fue la experiencia de la elaboración del texto?
Dado que se trata de un libro sobre mi música favorita, he de decir que la experiencia fue agradable. Muy intensa, claro, porque hay que escuchar muchos discos, grupos y canciones y sacar conclusiones, pero obviamente es un verdadero placer. Por otro lado, parte del libro son artículos y conferencias elaborados durante estos últimos cinco años, por lo que cada uno fue concebido y redactado en su momento, pero finalmente resultan bastante complementarios.

¿Qué estructura u orden tiene este libro en comparación con la primera entrega? A nivel de contenido ¿Qué novedades tiene esta publicación?
Respondo ambas preguntas: la primera parte del libro, como decía antes, son diez artículos y conferencias sobre distintos temas relacionados con el Metal Extremo,  que van desde su historia a temáticas como el satanismo, lo bélico o la pervivencia del metal industrial. Esto es una novedad, pues en el anterior libro había introducciones teóricas y formalistas a cada estilo, pero no como artículos independientes.
La segunda parte es más similar al primer libro y trata la descripción pormenorizada de los últimos cinco años en cada uno de los estilos principales del Metal Extremo. El texto se cierra con un repaso al último lustro dentro de la escena española, otra novedad, puesto que en el primer libro este repaso no era pormenorizado.

¿Habrá nuevos elementos en los factores concernientes a los géneros (técnica, líricas, estética), o solo hablaremos de bandas?
Como decía antes, los artículos y conferencias tratan una variedad de estos temas, por lo que se complementan con el libro.

¿Por qué eligió el cuadro de Kittelsen como portada del libro?
Como en la primera parte, en que pude disponer de la portada de “Transilvanian Hunger” de Darkthrone, quería utilizar una portada icónica y reconocible por todos los fans del estilo. Tras barajar varias opciones, me puse en contacto con el Museo Kittelsen de Amot (Noruega) y nos cedieron amablemente la portada.

¿Tendremos, como en la entrega anterior, galerías fotográficas en torno a los artistas?
Sí, habrá 32 páginas de fotografías, en este caso tomadas todas por mí mismo (en el anterior solo eran mías las fotos en blanco y negro)

¿Cómo llegó a apasionarse tanto por el Metal extremo?
Ha sido una pasión que ha aumentado con los años, desde que lo descubrí como género minoritario y que conocíamos muy pocos en mi adolescencia hasta que se ha ido haciendo progresivamente más popular, sin perder en ningún momento su esencia.

¿Escucha otros géneros musicales? ¿Cuáles?
Por supuesto, escucho una gran variedad de géneros, desde jazz tradicional y más moderno, hasta otros estilos más raros según vire mi humor, desde cabaret de los años 30 hasta surf, psychobilly, algo de electrónica, clásica, etc.

¿Cómo ve, en general, la escena del Metal extremo en el mundo?
Es una pregunta realmente difícil, ya que hablamos de un planeta entero y en cada lugar hay una serie de condicionantes, peculiaridades y características. Mi punto de vista es necesariamente hispano y eurocéntrico, por lo que creo que hay mucho espacio para que otras personas cuenten la escena metal desde su punto de vista. En concreto, me gustaría que cada país de Latinoamérica publicara su propia versión de su historia metálica nacional, pero eso depende de la iniciativa de cada individuo y su propio país.

¿Qué podría decirnos de la escena metalera en Colombia y América Latina?
Como decía antes, hay grupos que nos llegan y otros que no. Al escribir mi libro tengo el privilegio de investigar un poco más en profundidad de lo normal y trato de destacar las bandas que me parecen más interesantes, y de lograr una visión representativa, pero que siempre será incompleta; aunque como digo, debe ser alguien de cada país en concreto quien nos descubra estas bandas a los extranjeros.
Colombia, desde los míticos Parabellum, es uno de los países originarios del Metal Extremo, por lo que creo que hay bases y raíces para seguir teniendo un underground fuerte. Por dar un ejemplo de los grupos que aparecen, cito a Cóndor,  Inquisition y Witchtrap; no me cabe duda de que podrían haber muchos más, pero insisto: ¿para cuándo un autor colombiano nos los descubrirá al resto del mundo?

¿Qué consejo les daría a los músicos jóvenes y a los aspirantes a músicos y artistas de Metal Extremo?
Dudo que pueda dar algún consejo, simplemente les recomendaría que hagan la música que más les apasione, que sean perseverantes, que se apoyen entre sí, que construyan una escena fuerte basada en la camaradería y que recuerden que tienen la responsabilidad y oportunidad de mantener el estilo vivo y hacer historia de la música.

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores

sábado, 19 de noviembre de 2016

El ruido de la conciencia (Cuento)



Aquel era un día igual a todos, atravesado por los punzantes y cancerosos rayos del sol; dominado por un aire helado, penetrante y confuso, que no permite que las arterias se liberen, porque siempre quedan expuestas a la intemperie del salvajismo climático. También había humo, como lo ha habido en los últimos años, dilatando la frontera terrestre que todos los días es carcomida por la escoria de la producción en cadena. Los niveles de contaminación del oxígeno han llegado a niveles tales que me he convertido en el más desdeñado fumador como nunca me imaginé en la infancia, ya que siempre me fue infundado un temor exagerado en torno al consumo de tabaco, mientras millones de empresas privadas viven contaminando el mundo, degradando los recursos naturales y acabando con el medio ambiente, y, por tanto, con nuestra salud. Rejas en las calles; mierda en los andenes; mutilados en la mitad las avenidas; prostitutas en carros caros; y buses llenos de esclavos blancos, morenos o mestizos, regularmente vestidos, hipnotizados por la promesa de una vida mejor, siempre postergada al mañana.


Tenía un alfiler en el vientre, un puñal que me torturaba por no saber con exactitud qué significaba. Como uno más de los tantos transeúntes, empecé a buscar almuerzo por las calles de la lujuria, que de día sonríen de frente, y de noche berrean ocultas. El restaurante que frecuentaba cerraba ese día; el sitio había quebrado al perder la mayoría de sus clientes, después de la tétrica tarde en que una anciana de senilidad precipitada se pegó un tiro en la sien, dejando sus sesos desparramados por el piso y su sangre pigmentando los platos de los comensales. Era una mujer pudiente, perteneciente a los antiguos cónclaves de la oligarquía liberal. Fue una clienta de paso, que nunca había frecuentado dicho establecimiento; comió muy bien (sopa, carne y ensalada),  acompañándolo todo con una cerveza Corona fría, la cual distribuyó en un vaso que llenaba hasta la mitad, dejándole suficiente espacio a la espuma. Al terminar con su porción, limpió impecablemente los cubiertos con una servilleta de lino que sacó de su bolso, y luego le ordenó al mesero que le trajera la carta de los postres. Después de analizar el menú, con una parsimonia profunda, pidió que le trajeran un flan de chocolate, el cual almibaró con la miel que le llevaron en un fino recipiente de vajilla, y se dispuso a contemplar la fugacidad de los sabores, que derretían su boca en un pantano de placer gustativo, trayendo a su memoria los más recónditos días de su cómoda infancia.

La anciana, de mirada complacida y agotada, se limpió los labios con su fina servilleta de lino, la cual dobló metódicamente, dejándola expuesta frente al plato vacío, aunque embadurnado de chocolate y miel. Se enderezó, tomando aire por su nariz, y formó un gesto de dignidad monárquica, mientas la expresión de su rostro perdía todos los colores de su vida pasada, sin destemplar por un solo instante la rigidez de su enfoque óptico. Sin hacer nada más, con su cartera clásica de corte europeo sostenida sobre sus piernas, adornadas a la vez con medias de seda blanca para damas exquisitas, sacó de su regazo un revólver cargado con una bala puesta en un tambor de seis; le quitó el seguro al arma, se la llevó al costado derecho de su cabeza, justo entre la frente, el ojo y la oreja, y jaló del gatillo, sin haber visto la pólvora que quemó aquel tejido de su piel, el cual se reventó como un globo lleno de sangre tibia, diabética, lenta y agridulce.


Desde aquella vez nadie más volvió a arrimarse por ese restaurante, donde vendían los mejores cortes de carne que se hayan visto en ese sector de la ciudad. La gente huía despavorida al percatarse de su cercanía, pues el sitio estaba manchado de muerte y pecado, y en ese entonces el suicidio ostentaba el título del más impío de los pecados. De hecho se decía en iglesias, confesionarios, esquinas y tiendas, que aquel que tuviese el valor de suicidarse sería el próximo heredero de Satanás en el Reino de las Tinieblas, donde van a parar todos los suicidas existencialistas, de los que ya quedan muy pocos, porque ahora la gente se mata por físico cansancio o pobreza espiritual, lo que ahora llaman “tusa”.

Como “Los platanales” había cerrado para siempre, y de allí ya no quedaban sino las mesas empolvadas, algunas con diminutos coágulos perpetuos, me vi obligado a continuar mi marcha en busca del alimento que reclamaban mis entrañas, sin esfondar mi bolsillo, que estaba a punto de perder su única fuente de ingresos. Al cabo de unas cinco cuadras en las que no miraba sino el suelo empedrado que ornamentaba la ciudad, me detuve al frente de un letrero que decía “Las arepas de Jacinto”, y que tenía debajo un mostrador repleto de arepas de queso, buñuelos, pandebonos y empanadas. Un moreno de pelo corto, rapado a los lados, me convidó a entrar, y me enseñó el menú del día, compuesto por lo que acostumbraba comer en mis tiempos de obrero: sopa y seco. Claro, no cualquier sopa ni cualquier seco. La sopa era de cebada, con limadura de hueso en el centro, y perejil en la superficie; el seco, abundante y humeante, llevaba arroz blanco, lomo de cerdo en salsa, una tajada de plátano maduro medio quemado, y una porción de ensalada, la cual no dejó de parecerme demasiado fuerte y un poco rancia. En fin, un plato típico y corriente para los que contamos apenas con lo suficiente para no pasar de largo en una tarde laboral.

Antes de que la encargada de llevarle la comida a los clientes me trajera el almuerzo, un sonido hosco, ronco, grave, enfermo, perturbante y brutal, se desató con la estridencia de una guerra centenaria, imponiendo una barrera entre el espacio-tiempo real y el entendimiento humano-animal, que se vio seriamente afectado en sus puntos más álgidos. Un hombre de no más de 25 años, encendió sin compasión no una pistola, sino una metralleta para pintar, conectada a un tanque lleno de pintura metalizada, la cual accionó contra un objeto que nunca comprendí qué era. Podía ser un carrito de mercado, una jaula para animales, un estante para vender productos, una pieza mecánica, o el esqueleto de una cuna para bebés gigantes. El ruido era similar al de un taladro eléctrico, pero con todas las revoluciones puestas al límite; y el volumen probablemente superaba al del motor de una Harley Davidson. A partir de entonces comenzó la tortura: un zumbido constante y torpe, que enmudecía la realidad del fondo y estupidizaba más que cualquier telenovela nacional. Un sonsonete sin pausa, una interferencia espacial, un ciclo sin fin y una tortura de corte medieval, que me destrozó los oídos, provocando un daño sin retorno.

Me trajeron la comida, tal como la había imaginado; pero la mesera, de ojos brillantes y senos armoniosos, solo vio mi expresión de agradecimiento, porque las palabras fueron absorbidas por la inmundicia de la máquina industrial. Parecía un agujero negro, que todo lo anulaba, hasta el más brillante de los destellos cósmicos y que no permitía el escape de las palabras, por más poéticas, reales y puras que fuesen. Me empecé a desesperar. Todo parecía una vieja película de rodaje norteamericano, sorda y muda, impenetrable e intemporal. Lo que más me asustaba era la sombra del ruido; las paredes, las mesas, la sopa, la limonada y el tenedor, temblaban al ritmo de las ondulaciones estruendosas que acuartelaban ese rincón de arepas y gustos sudamericanos. Pasaron cinco, diez, quince minutos, y el ruido no cesaba; veinte, veinticinco, treinta, y el almuerzo se me hacía eterno. Pero nada me sacó más de mis cabales que el haberme percatado que a la gente no le importaba para nada la molestia de ese monstruo mecánico. Seguían hablando; conversaban y se reían, cuchicheaban y coqueteaban, como si nada estuviera pasando. Todos estaban enfermos, pero se veían sanos. Sus espíritus estaban perdidos en ese pozo infernal de desenfrenado bullicio.


Cuando terminé de mirar a las personas que ocupaban las mesas, y que parecían no escuchar nada, me sentí contrariado e inmediatamente impotente. Comprendí que estaba solo y nada podía hacer por más mal que me sintiera. La evidencia era clara: solo sufren quienes solos están, quienes a nadie tienen, quienes están condenados a morir de frío en la intemperie  de su abandono. Por eso ellos, los del restaurante, no sentían nada. Porque compartían sus causas, sus dolores, sus historias. Yo, en cambio, andaba sin rumbo por la vida, sin un puerto al cual llegar ni un refugio al cual volver. En cuestión de segundos, el estrépito de la máquina dejó de ser una molestia y se convirtió en un suave ronroneo felino que me acarició y se hizo mi mejor amigo. Ya no estaba solo. Ese ruido, antes maléfico y demoníaco, era entonces mi compañero, mi silencio.

Insospechadamente, el tipo apagó la máquina. La tribulación de la que fui testigo fue tan violenta que no me inmuté, y mis pupilas se dilataron, estrellándose contra la pared. Qué castigo tan horrible.

¡Cabrones!–grité- ¡vuélvanlo a prender!

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores


miércoles, 16 de noviembre de 2016

Los nuevos acuerdos





Cuando el 2 de octubre, más de 6 millones de colombianos le dijeron NO a los primeros acuerdos de La Habana, estaba totalmente desesperanzado, pues las posibilidades de terminar el conflicto armado y solucionar nuestras diferencias por medio del diálogo, parecían perderse en el ocaso. “Ya no hay nada que hacer –dije- el problema es la gente, no la guerrilla ni los paramilitares”.

En el capítulo 7 del libro del Génesis, se cuenta que Dios, en su magnífica piedad, hizo llover sobre la tierra durante 40 días y 40 noches seguidas para erradicar toda la maldad humana, dejando únicamente a Noé, su familia, y su grandiosa arca, llena de lagartos, sabandijas, culebras y toda clase de animales, mamíferos y omnívoros, que habrían de reproducirse nuevamente para poblar la tierra, siempre y cuando estuvieran en paz y no se mataran los unos a los otros en ese claustro artesanal que construyó Noé, el sumiso impasible.

Y así fue. Pasaron 40 días de tormentas, en los que la tensión se hizo inaguantable, y la violencia parecía estar más cerca que nunca. Reuniones irreconciliables, listas interminables de propuestas inviables y una situación internacional que en nada ayudaba al contexto local. Con el aguacero se desbordaron ríos, que para esperanza nuestra, llevaban a miles ciudadanos unidos por una causa que es a la vez un deber y un utópico deseo: la construcción de una paz estable y duradera en Colombia.

El 12 de noviembre, luego de intensivas jornadas de negociaciones en la tierra de Raúl y Fidel, se dio a conocer en horas de la mañana el nuevo texto con el que se busca darle fin a esta guerra patrocinada por ricos y luchada por pobres. El cónclave se prolongó bastante, lo suficiente para no rebasar la profecía bíblica, dándole un ultimátum al secuestro de la paloma blanca, que metieron al arca, pero nada que la dejan salir.



Con 10 páginas de más, el acuerdo publicado por el equipo negociador del Gobierno Nacional y la Delegación de Paz de las FARC-EP, tuvo que enfrentarse a los fanatismos de las iglesias evangélicas más conservadoras, al uribismo, y al resentimiento mezclado con temor, infundado principalmente por los entes  ya mencionados. Así ya nadie, ni el ex procurador, ni el fiscal, ni Uribe, ni Pastrana, ni Holmes, ni Zuluaga, podrán decir que el acuerdo de paz los excluyó (a no ser que reclamen el hecho de no haber sido procesados por sus crímenes, bajo el modelo de la justicia transicional).

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores

sábado, 5 de noviembre de 2016

La liberación



Resulta muy común que en reuniones, diálogos, sesiones académicas o conversaciones superficiales, notemos, sin haberlo buscado antes, algún contraste ideológico o, para no encasillarme en este concepto, diferencias irreconciliables en la concepción del mundo. Sin embargo, si somos los suficientemente inteligentes, optamos por dejar pasar esos detalles para evitar conflictos y pugnas inútiles, que no acaban en nada y que, al final, pueden terminar dañando amistades o relaciones de tiempo atrás.

A todos nos criaron, aunque de lejos no lo parezca, con criterios muy distintos los unos de los otros. Ni siquiera se puede hablar de un mismo método o proceso educativo entre hermanos, puesto que cada persona es un caso distinto y lo que funciona para uno puede no aplicar para el otro. De hecho, cuando los hijos crecen, se evidencian diferencias muy notables en cada uno de ellos. Unos se parecen más al papá, otros a la mamá y otros al lechero. Hay casos en los que ni siquiera el hijo en cuestión sabe cómo llegó a ser como es, si nada tiene que ver con sus padres, ni con los principios, creencias o prejuicios de sus progenitores. Nada está escrito, y ningún sistema de crianza puede asegurar la obtención de un producto planificado en la mente, o más bien, en la imaginación.

Algún filósofo de la modernidad dijo que el ser humano, al crecer, tiene dos caminos: la continuación del legado de los padres o encargados de la crianza, en cuyo caso podríamos hablar de cierta herencia de identidad; o la modificación de una parte considerable de dicho legado, desaprehendiendo los baluartes de la educación infantil, para adoptar y asumir una concepción alternativa del mundo. 

Existen innumerables casos en que el producto de la crianza es la antítesis del ente orientador ¿Cuántos hijos no son el opuesto de sus padres hasta el punto de parecer de otra familia? La verdad es que son muchos, y lo que es más interesante, la mayoría coincide con un grupo de características comunes y predominantes. Los casos más frecuentes tienen que ver con una educación rígida y autoritaria, en la que son los aspectos morales  los que sientan las bases para una formación orientada a las tendencias hegemónicas. Así, por ejemplo, la filiación doctrinaria, incuestionable y, en casos fanática a una religión por parte de la familia, termina generando rechazo por parte del hijo pródigo que prefirió probar otros caminos espirituales (o antiespirituales) antes que el presentado por los congéneres.

Para Freud y la tradición del psicoanálisis, muchos de los complejos presentes en la vida de las personas, tienen una relación directa con problemas presentados en las etapas infantil y puberal, justo cuando las ansias de libertad se chocan con las riendas controladoras de los padres que, con el mismo instinto de sus procreadores, cuidan y protegen su semilla, que es una inversión de muchos años, y que sería una lástima que se echase a perder por caprichos mundanos. Es común que cuando ha habido excesiva influencia por parte de los padres, especialmente, y no sé por qué, de la madre, el individuo termine generando serios problemas de inseguridad, pues la falta de autonomía en momentos tan críticos de la formación, termina por ser una insuficiencia de algo fundamental, como lo podría ser una vitamina o un nutriente.

De lo anterior surgen varios dilemas de distintos tipos. Uno de los más importantes es el de la liberación, o para ser más exacto, el momento de la liberación. Tal vez sería más prudente decir independencia, separación o destete, pero el término liberación, aunque negado, no deja de ser una realidad en el sentir más profundo de las personas, especialmente durante los primeros meses, hasta que se dan cuenta que se sigue siendo esclavo de la vida, que ha sido corrompida por el dinero y, por tanto, del sistema, de la exclusión y de los requerimientos más arbitrarios, impuestos por una lógica capitalista que no deja títere con cabeza a la hora sentar sus bases en la sociedad. 

Ahí la plata hay que ganársela con el sudor de la frente, con el dolor de los hombros y con la resignación de la voluntad. Es un momento realmente contradictorio, ya que se termina un régimen convencional, aparentemente cerrado pero, al fin y al cabo, natural y necesario, para salir al aire donde nos espera el lobo, que no es natural ni cariñoso ni comprensivo, y que termina por absorber, si no nos percatamos de ese hecho, cualquier atisbo de libertad basada en ideales nobles, bellos y humanistas.

Así, parece que estamos perpetuamente condenados a los rigores de la vida en sociedad, que es cada vez menos social y más individualista, y que aspirar a algo tan puro y magno como la libertad es una ilusión generada por el sopor de la insatisfacción humana, incubada en una vida sumisa ante el modo dominante. 

Sin embargo, insisto, hay muchas maneras de generar cambio; y así como el sistema se acrecienta dejando montones de basura a nuestros alrededores, también nosotros podemos crecer y, sobre todo, pensar. Me refiero a tomar acciones efectivas y funcionales aprovechando las herramientas que se van quedando en el olvido del pasado y que entran en la monotonía del presente. Hablo del estudio de la historia, de la reflexión sentada en los hechos; en el análisis del contexto actual y, con cuidado, prudencia y sobriedad, la planificación orientada a un futuro evolutivo, reparador y consistente.

Es cierto que muchos han querido taparnos la boca diciéndonos que perdemos nuestro tiempo al pensar un mundo diferente, al cuestionar la realidad que nos rodea y al incomodarnos e incomodar a los demás con nuestras preguntas contestatarias e inconformes. Han querido oprimirnos con la imposición de una lógica excluyente, con la que pretenden darnos por impedidos al no cumplir con los requerimientos supuestamente necesarios para poder ejercer como actores de cambio y mejoramiento social. A veces, pretenden asustarnos, inyectarnos miedo, y enmarcarnos en una serie de estereotipos que le restan validez a nuestra causa y nuestro pensamiento. 

Siempre buscarán la ocasión para reprobar nuestras ideas, para ponernos en ridículo y disminuir nuestros ánimos. Pero es ahí cuando debemos demostrar nuestra inteligencia, no desperdiciando nuestras energías en confrontaciones someras que se lleva el viento y que nos desgastan psicológicamente. No caigamos en la trampa, no perdamos tiempo, no entremos a hacer parte de ese círculo vicioso que nos convierte en un engranaje más de la estructura social determinada por el régimen oligárquico.

Es tiempo, y así lo exige la naturaleza, de tomar decisiones, de conocernos a nosotros mismos, de medirnos y de actuar. Formémonos, organicémonos, intercambiemos ideas, propongamos y trabajemos. Aprendamos, y este es un punto importante, a convivir con los demás y sus respectivas diferencias. Adaptémonos a la realidad, sin adoptar ni naturalizar el salvajismo inconsciente al que nos han traído con empujoncitos tenues e hipnóticos. 

La decisión hoy queda en manos de cada uno de nosotros. ¿Seremos compuertas irrelevantes al servicio de lo invisible? O, por el contrario ¿Alzaremos en alto nuestras banderas para la consolidación de una mejor sociedad, solidaria, responsable y visionaria? No nos quedemos de brazos cruzados. El tiempo de la liberación ha llegado.

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores