miércoles, 20 de junio de 2018

Nuestro poeta maldito



Tratar de desentrañar, escudriñar, entender, la obra de un poeta es una tarea que, por más empeño que se le ponga, siempre terminará incompleta. Y terminará así porque muchas veces ni siquiera el autor del verso sabe de dónde provienen sus vocablos. En Ion, diálogo de Platón, Sócrates dicta que “El poeta es un ser alado, ligero y sagrado, incapaz de producir mientras el entusiasmo no le arrastra y le hace salir de sí mismo”.

Y esta labor se dificulta más en cuanto el autor no es lo suficientemente reconocido como para contar con una serie de referentes que brinden un apoyo conciso a la comprensión de su obra. Aún así, surgen desde el fondo piezas invaluables que nos conducen, con entusiasmo, a aventurarnos en las letras de un poeta que, como buen mago, nos seduce con sus prodigios, sus visiones y clarividencias.

Tal es el caso de Héctor Escobar Gutiérrez, cuya obra es expuesta, tratada y analizada por Orfa Kelita Vanegas en su libro La estética de la herejía en Héctor Escobar Gutiérrez. Escobar, más conocido como El papa negro o El diablo, contribuyó de forma muy singular a la literatura, específicamente la poesía, de Pereira. El esteta risaraldense dejó un puñado de libros publicados y decenas de textos inéditos. Fallecido en el 2014, Héctor es hoy más recordado por su figura como satanista y esoterista que como poeta. Vanegas nos demuestra que, entendiendo ambas facetas de su vida, se puede apreciar mejor su obra.

Son muchos los caminos que conducen la vida de un artista hacia el despertar de su creatividad y el desarrollo de su lucidez. El caso de Escobar es bastante particular, pues su pronta vocación por el sendero de la oscuridad y las libertades con que contó desde muy niño, fueron llevándolo, con el paso de los años, al encuentro de visiones y posibilidades nuevas que marcarían su destino.

La asimilación del mal, como fuerza necesaria y complementaria en la vida de los hombres, abrió los ojos del poeta a la ventana de la transgresión como hecho libertador y estimulante para el hombre. Siguiendo un poco a Nietzsche, las concepciones del bien y del mal, más que elementos naturales, son para el lírico producto de prejuicios e interpretaciones humanas. Es por ello que resulta tan placentero, en su obra y vida misma –y en la de todos nosotros- romper con las cadenas y las ataduras impuestas a partir de implantaciones morales y culturales.

Un ejemplo de ello es la experimentación con drogas. Aún hoy, en pleno siglo XXI, puede resultar escandaloso contemplar abiertamente la posibilidad de fumar marihuana o el deseo de hacerlo. Pero, paradójicamente, por ser esta una sociedad guiada por la doble moral, el consumo de alcohol no resulta tan grave, siendo este igual o peor de nocivo que el cannabis. ¿Se han preguntado alguna vez por qué? Bueno, porque, entre otras cosas, la sociedad carga de peso simbólico muchos elementos presentes en la cotidianidad. Un cigarrillo tradicional es aceptable, pero uno de marihuana es peligroso. Una borrachera con cerveza o aguardiente es considerada como normal –sin decir por ello que sea buena-, pero un viaje con LSD es punible. Es así como se mueve nuestra sociedad, en esta y muchas otras cosas.

Otro ejemplo es la percepción general que se tiene sobre la prostitución. Globalmente se mira con desdén el ejercicio de esta labor, pero nunca se han apreciado sus virtudes. Se condena con ahínco a la trabajadora sexual y se la tacha de facilista, ofrecida, cuando no de improperios peores, pero nadie se pone en sus tacones para enfrentar su realidad. Al respecto de este tema, así como del ejemplo anterior, Héctor hace alusiones precisas con las cuales yo mismo me he sentido identificado y que quiero resaltar en el presente texto. “La  prostituta muestra abiertamente su deseo, se reafirma como mujer al explorar sin medida su placer, son honestas consigo mismas. En cambio, aquellas que representan el papel de la dama o la esposa perfecta, son mujeres llenas de hipocresía, pues esconden su ser real”. ¡Qué belleza, señores! Bella es la verdad en la medida en que se conoce. Y cuán grato es el ejercicio de la prostituta, quizá tanto más que el del poeta, que se margina como ellas en un mundo incapaz de mirar para adentro, y más aún, de mirarse a sí mismo.

Volviendo al tema de la transgresión, tenemos que este concepto, al ser conjugado en la vida real, es la mayor posibilidad que tiene el hombre para adentrarse en sí mismo pero también para liberarse. Es, en términos gramaticales, el complemento directo de la moral. El hombre, por instinto, busca la satisfacción de sus propios deseos, y en cuanto sus anhelos más se encuentren en la esfera de lo prohibido, mayor será el placer que le proporcionen desde el momento mismo de la transgresión.

Esta constante y persistente actitud de rebeldía, de rebelión contra lo establecido, llámese moral, Dios, religión, cultura, es la auténtica esencia del espíritu satánico, no entendido este como esclavo del mal o del Diablo, sino como ente consiente de sus posibilidades materiales y cósmicas, así como del bien y del mal de manera libre y desencadenada.

Y es que, en últimas, sin pretensiones de simplificar esta filosofía, el satanismo lo que busca es la liberación del hombre a partir del conocimiento de sí mismo, brindándole mayores posibilidades en la realización de su ser material, psíquico o espiritual. Es un canto a la libertad y al deleite de la vida; es saberse libre de cualquier atadura moral o religiosa, representada en dioses, redentores o mesías. Por lo pronto, mientras preparo un texto en el que exponga la definición y composición del satanismo moderno, los invito a disfrutar de este blasfemo y exquisito poema del maestro Escobar:

PÓRTICO
666

Desde el fondo de mi caverna te hablo.
Es decir, desde tu alma, soy el Diablo;
la Bestia reencarnada, el Anticristo,
aquel que punza a Dios con su venablo.
Desde el fondo de mi caverna te hablo.

Pronto, muy pronto, llegará mi hora.
Es a mí y no a Dios a quien se adora.
De esta tierra el final está previsto,
porque aquí el mal acrece y se decora.
Pronto, muy pronto, llegará mi hora.

Lanzaré sobre el mundo mis legiones.
Arcángeles perversos con hachones,
incendiarán los ámbitos nocturnos,
hasta asolar del hombre sus regiones.
Lanzaré sobre el mundo mis legiones.

Ira, odio, horror, serán mi trilogía.
Siempre he sido el que soy, no alegoría.
Se alegrarán mis ojos taciturnos
al ver a Cristo hundido en su agonía.
Ira, odio, horror, serán mi trilogía.


La obra de Escobar Gutiérrez recoge varios de los tópicos que más han llamado la atención de la humanidad: el sexo, la dualidad entre el Bien y el Mal, el erotismo, el esoterismo, Dios, el Diablo, la magia, el tiempo, la existencia, la vida, la muerte, los sueños. Temas abordados de manera concisa, intensa y contenida en forma de sonetos y baladas, siempre en sus estructuras clásicas. Para Escobar no había mejor forma de escribir que la que se ceñía a los modelos tradicionales de la lírica poética, pues veía con sospecha la proliferación del verso libre en un mundo decadente de estética y sentido.

El perfeccionamiento de sus poemas fue un camino de disciplina y voluntad en el que la aplicación de sus conocimientos mágicos, cabalísticos, literarios y lingüísticos, confluyeron en la génesis de una obra constituida y la formación de un estilo propio, que es el legado del poeta como su más grande sueño, la realización de su ser enmarcado en sus letras y el reflejo de su vida en las mismas.

Quedan invitados pues a leer la obra de uno de los poetas más interesantes y originales que ha dado nuestro país. La combinación de sus experiencias, su ideología o tendencia satánica, su arraigo a los modelos tradicionales de la poesía, y la voluntad de ser cada día un mejor poeta, digno de ostentar ese título, hacen del papa negro, Héctor Escobar Gutiérrez, un escritor sólido, perspicaz y consistente.

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores