Tratar
de desentrañar, escudriñar, entender, la obra de un poeta es una tarea que, por
más empeño que se le ponga, siempre terminará incompleta. Y terminará así
porque muchas veces ni siquiera el autor del verso sabe de dónde provienen sus
vocablos. En Ion, diálogo de Platón, Sócrates dicta que “El poeta es un ser
alado, ligero y sagrado, incapaz de producir mientras el entusiasmo no le
arrastra y le hace salir de sí mismo”.
Y
esta labor se dificulta más en cuanto el autor no es lo suficientemente reconocido
como para contar con una serie de referentes que brinden un apoyo conciso a la
comprensión de su obra. Aún así, surgen desde el fondo piezas invaluables que
nos conducen, con entusiasmo, a aventurarnos en las letras de un poeta que,
como buen mago, nos seduce con sus prodigios, sus visiones y clarividencias.
Tal
es el caso de Héctor Escobar Gutiérrez, cuya obra es expuesta, tratada y
analizada por Orfa Kelita Vanegas en su libro La estética de la herejía en Héctor Escobar Gutiérrez. Escobar, más
conocido como El papa negro o El diablo, contribuyó de forma muy
singular a la literatura, específicamente la poesía, de Pereira. El esteta
risaraldense dejó un puñado de libros publicados y decenas de textos inéditos.
Fallecido en el 2014, Héctor es hoy más recordado por su figura como satanista
y esoterista que como poeta. Vanegas nos demuestra que, entendiendo ambas
facetas de su vida, se puede apreciar mejor su obra.
Son
muchos los caminos que conducen la vida de un artista hacia el despertar de su
creatividad y el desarrollo de su lucidez. El caso de Escobar es bastante
particular, pues su pronta vocación por el sendero de la oscuridad y las
libertades con que contó desde muy niño, fueron llevándolo, con el paso de los
años, al encuentro de visiones y posibilidades nuevas que marcarían su destino.
La
asimilación del mal, como fuerza necesaria y complementaria en la vida de los
hombres, abrió los ojos del poeta a la ventana de la transgresión como hecho
libertador y estimulante para el hombre. Siguiendo un poco a Nietzsche, las
concepciones del bien y del mal, más que elementos naturales, son para el lírico
producto de prejuicios e interpretaciones humanas. Es por ello que resulta tan
placentero, en su obra y vida misma –y en la de todos nosotros- romper con las
cadenas y las ataduras impuestas a partir de implantaciones morales y
culturales.
Un
ejemplo de ello es la experimentación con drogas. Aún hoy, en pleno siglo XXI,
puede resultar escandaloso contemplar abiertamente la posibilidad de fumar
marihuana o el deseo de hacerlo. Pero, paradójicamente, por ser esta una
sociedad guiada por la doble moral, el consumo de alcohol no resulta tan grave,
siendo este igual o peor de nocivo que el cannabis. ¿Se han preguntado alguna
vez por qué? Bueno, porque, entre otras cosas, la sociedad carga de peso
simbólico muchos elementos presentes en la cotidianidad. Un cigarrillo
tradicional es aceptable, pero uno de marihuana es peligroso. Una borrachera
con cerveza o aguardiente es considerada como normal –sin decir por ello que
sea buena-, pero un viaje con LSD es punible. Es así como se mueve nuestra
sociedad, en esta y muchas otras cosas.
Otro
ejemplo es la percepción general que se tiene sobre la prostitución.
Globalmente se mira con desdén el ejercicio de esta labor, pero nunca se han
apreciado sus virtudes. Se condena con ahínco a la trabajadora sexual y se la
tacha de facilista, ofrecida, cuando no de improperios peores, pero nadie se
pone en sus tacones para enfrentar su realidad. Al respecto de este tema, así
como del ejemplo anterior, Héctor hace alusiones precisas con las cuales yo
mismo me he sentido identificado y que quiero resaltar en el presente texto. “La prostituta muestra abiertamente su deseo, se
reafirma como mujer al explorar sin medida su placer, son honestas consigo
mismas. En cambio, aquellas que representan el papel de la dama o la esposa
perfecta, son mujeres llenas de hipocresía, pues esconden su ser real”. ¡Qué
belleza, señores! Bella es la verdad en la medida en que se conoce. Y cuán
grato es el ejercicio de la prostituta, quizá tanto más que el del poeta, que
se margina como ellas en un mundo incapaz de mirar para adentro, y más aún, de
mirarse a sí mismo.
Volviendo
al tema de la transgresión, tenemos que este concepto, al ser conjugado en la
vida real, es la mayor posibilidad que tiene el hombre para adentrarse en sí
mismo pero también para liberarse. Es, en términos gramaticales, el complemento
directo de la moral. El hombre, por instinto, busca la satisfacción de sus
propios deseos, y en cuanto sus anhelos más se encuentren en la esfera de lo
prohibido, mayor será el placer que le proporcionen desde el momento mismo de
la transgresión.
Esta constante y persistente actitud de rebeldía, de rebelión contra lo establecido, llámese moral, Dios, religión, cultura, es la auténtica esencia del espíritu satánico, no entendido este como esclavo del mal o del Diablo, sino como ente consiente de sus posibilidades materiales y cósmicas, así como del bien y del mal de manera libre y desencadenada.
Y
es que, en últimas, sin pretensiones de simplificar esta filosofía, el
satanismo lo que busca es la liberación del hombre a partir del conocimiento de
sí mismo, brindándole mayores posibilidades en la realización de su ser
material, psíquico o espiritual. Es un canto a la libertad y al deleite de la
vida; es saberse libre de cualquier atadura moral o religiosa, representada en
dioses, redentores o mesías. Por lo pronto, mientras preparo un texto en el que
exponga la definición y composición del satanismo moderno, los invito a
disfrutar de este blasfemo y exquisito poema del maestro Escobar:
PÓRTICO
666
Desde el fondo de mi caverna te
hablo.
Es decir, desde tu alma, soy el
Diablo;
la Bestia reencarnada, el
Anticristo,
aquel que punza a Dios con su
venablo.
Desde el fondo de mi caverna te
hablo.
Pronto, muy pronto, llegará mi
hora.
Es a mí y no a Dios a quien se
adora.
De esta tierra el final está
previsto,
porque aquí el mal acrece y se
decora.
Pronto, muy pronto, llegará mi
hora.
Lanzaré sobre el mundo mis
legiones.
Arcángeles perversos con
hachones,
incendiarán los ámbitos
nocturnos,
hasta asolar del hombre sus
regiones.
Lanzaré sobre el mundo mis
legiones.
Ira, odio, horror, serán mi trilogía.
Siempre he sido el que soy, no
alegoría.
Se alegrarán mis ojos taciturnos
al ver a Cristo hundido en su
agonía.
Ira, odio, horror, serán mi
trilogía.
La
obra de Escobar Gutiérrez recoge varios de los tópicos que más han llamado la
atención de la humanidad: el sexo, la dualidad entre el Bien y el Mal, el
erotismo, el esoterismo, Dios, el Diablo, la magia, el tiempo, la existencia,
la vida, la muerte, los sueños. Temas abordados de manera concisa, intensa y
contenida en forma de sonetos y baladas, siempre en sus estructuras clásicas.
Para Escobar no había mejor forma de escribir que la que se ceñía a los modelos
tradicionales de la lírica poética, pues veía con sospecha la proliferación del
verso libre en un mundo decadente de estética y sentido.
El
perfeccionamiento de sus poemas fue un camino de disciplina y voluntad en el
que la aplicación de sus conocimientos mágicos, cabalísticos, literarios y lingüísticos,
confluyeron en la génesis de una obra constituida y la formación de un estilo
propio, que es el legado del poeta como su más grande sueño, la realización de
su ser enmarcado en sus letras y el reflejo de su vida en las mismas.
Quedan
invitados pues a leer la obra de uno de los poetas más interesantes y
originales que ha dado nuestro país. La combinación de sus experiencias, su
ideología o tendencia satánica, su arraigo a los modelos tradicionales de la
poesía, y la voluntad de ser cada día un mejor poeta, digno de ostentar ese
título, hacen del papa negro, Héctor Escobar Gutiérrez, un escritor sólido,
perspicaz y consistente.
Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores
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