Pasaron
muchas cosas antes de volver a experimentar la inigualable sensación de
tranquilidad y armonía, que solo frente a un libro, en el silencio de un
recinto y, de vez en cuando, con la compañía de la música, se puede vivir: la
lectura sosegada de un libro que venía en lista y que, por razones distintas,
no habíamos podido abrir, para regocijarnos en él, en su portada, su peso, la
textura del papel, la fuente, las imágenes, el olor.
El
2016 fue un año en el que, como si se tratara de un hecho místico, fuimos
testigos de una serie de acontecimientos que dejaron ver lo que había detrás de
las sociedades, al menos en el hemisferio occidental, para no mencionar la
caótica situación bélica de Siria y sus alrededores. El Bréxit, la victoria del
NO en el Plebiscito por la Paz, el triunfo electoral de Trump, fueron apenas
grandes destellos de un fenómeno que, al menos en lo personal, considero grave
e inconveniente para el mundo: la arremetida de la derecha en todos los
rincones del planeta. A eso se le
suma que, aprovechándose de esa fantasía decembrina que es la navidad, y en la
que casi todos los colombianos estamos inmersos, los políticos implantaron un
proyecto de reforma tributaria que para nada tuvo en cuenta a las clases
trabajadoras del país, dejándolo gravado todo, hasta lo más básico y esencial.
En
medio de esa serie de desengaños –porque no han cesado todavía- y con la
certidumbre de lo que nos espera en el año en curso, algo hay que sacar de
bueno y algo nos ha de sacar un suspiro, no tanto de desazón sino de
inspiración. Estuve por estos días leyendo un libro que le da continuación a
otro, esclareciendo sucesos y datos que habían quedado en lo abstracto, por ser
apenas un ingrediente más en la composición del relato del que hacían parte.
Estoy hablando de Traiciones de la
memoria, de Héctor Abad Faciolince, que se publica tres años después de El olvido que seremos, uno de los textos
más leídos y apetecidos de Colombia. El texto se divide en tres partes que dan
razón, hasta cierto punto, de la vida de su autor, partiendo de los hechos que
marcaron su existencia, el contenido de sus obras y, lamentablemente, del
sangriento expediente de la historia de nuestro país.
Me
arriesgaría a decir que la tesis central del texto radica en la demostración de
lo débil que es la memoria, y de todos los esfuerzos que hay que hacer para
lograr reconstruirla, por la misma importancia que tiene. “Cuando uno sufre de
esa forma tan peculiar de la brutalidad que es la mala memoria, el pasado tiene
una consistencia casi tan irreal como el futuro”, dice Abad en el prólogo al
libro. Un poema en el bolsillo es la
primera parte de la obra, y parte del enigmático poema de Borges hallado en el
bolsillo de un hombre que fue asesinado por defender los Derechos Humanos en la
ciudad de Medellín. El primer verso de aquel soneto inglés le da nombre al
libro que el mismo Abad publicaría en el 2006: El olvido que seremos.
“Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es
ahora
todos los hombres y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la
caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las
endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel
hombre
que no sabrá que fui sobre la
tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo.
Esta meditación es un consuelo.”
Inicialmente,
como es de suponer, el origen del poema carecía de importancia, pues, como
señalé antes, era apenas un detalle, en ese entonces, de un hecho atroz. Nunca
se supo con exactitud quién fue el asesino de Héctor Abad Gómez; lo único
cierto es que la orden de su ejecución fue dada desde la extrema derecha, por
los paramilitares. Y así también, como un simple detalle, la historia
colombiana dejó pasar este crimen que la justicia nacional no pudo resolver.
Quedando esto prácticamente impune, solo quedaba algo que por muchos años fue
un enigma sin importancia, un misterio sin color: el origen del poema.
Al
cabo de un tiempo, a causa de los señalamientos de algunas personas que
afirmaban que el soneto era apócrifo, el autor de La oculta terminó embarcándose en una de las investigaciones más
apasionantes, con una obsesión pocas veces vista, que le llevó a varios lugares
del mundo, donde, a lo mejor, no se hubiera imaginado estar, por lo menos con
esa ocasión. Borges, pocos meses antes de morir –siendo consciente de la
inminencia de la muerte- dejó una serie de poemas inéditos que le solicitó el
poeta francés Jean-Dominique Rey, en una de sus visitas a Buenos Aires, para
publicarlos en la revista donde entonces trabajaba. No habían terminado de
editarse para su publicación, cuando Borges se sumió en un sueño del que nunca
más volvió a despertar. Por no contar con la autorización pertinente, los
poemas no salieron en la revista, sino que comenzaron a dar muchas vueltas,
para luego terminar en las manos de unos jóvenes estudiantes mendocinos que,
convencidos del origen de los poemas, los publicaron con el sello de sus
“Ediciones Anónimas”, que nunca publicaba los nombres de los autores –a excepción
de este-, con un tiraje de apenas 450 ejemplares.
De
todos los datos e historias que giran alrededor de esta investigación (muchos
omitidos aquí por cuestiones de espacio y memoria), surge una brillante
reconstrucción, casi de carácter filológico que, a su manera, logró hacer
justicia al salvar del olvido y la incertidumbre una serie de sonetos
–posiblemente los últimos- que compuso una de las mentes más brillantes del
cono sur del continente, y que forman parte de ese patrimonio artístico y
cultural que enriquece nuestras vidas, a pesar de las inclemencias de la
historia y la realidad, la cual, es conveniente no olvidar, al menos no del
todo, para no inventarnos después lo que no pudimos recordar, porque la memoria
traiciona y suele engañarnos con sus enigmáticos caminos y huellas, que al
final no son más que fragmentos vagamente esparcidos en los oscuros abismos del
olvido.
Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores
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