sábado, 1 de octubre de 2016

Visiones de paz



El pasado miércoles 21 de septiembre, se desarrolló en el Auditorio Hernán Linares de UNINPAHU un foro que llevaba como título “Visiones de paz”, el cual trataba de integrar, en un espacio inclusivo y democrático, las diversas perspectivas que se tenían en torno a los procesos de paz en nuestro país.


En la ponencia del profesor César Torres, un docente con más de 30 años de labor educativa, nos centramos en uno de los aspectos más importantes para la consolidación de la paz en Colombia: la educación. Durante las últimas semanas, arrastrados por la explosión mediática, nos hemos enfocado en aspectos superficiales y poco esenciales que nos han llevado a asumir posturas erróneas y carentes de reflexión, alimentando más y más esa actitud individualista y vengadora que, entre otras cosas, ha llevado a nuestra nación a un derramamiento de sangre inmiscuido con la corrupción y otras degeneraciones éticas presentes en la historia del país. Nos escandalizamos sobremanera porque se le darán 5 o 6 curules en el Congreso de la República a los líderes mejor estructurados de las Farc, y nos alzamos en huestes a decir que cómo así que les van a pagar a los guerrilleros de a 8 millones cada uno después de todo lo que han hecho. Y la verdad es que no salimos del concepto de la adquisición capitalista, de la posesión de bienes, de esa competencia desaforada para ver quién vale más por lo que tiene y no por lo que es.

De 102 senadores que conforman el Congreso de la República, no reconocemos a más de 15 que participen en debates de interés social y público, porque el resto va a calentar la silla. Entonces, ¿qué tiene de malo que nuevos senadores, de ideología radicalmente contraria a la convencional, tengan la posibilidad de participar en discusiones y debates? Todos salimos ganando; entre más ideas mejor. Que no se nos olvide pues, que si en la época del Frente Nacional se le hubiera permitido al sector de la izquierda hacer parte de la vida política del país, no hubiese tenido que recurrir a las armas para hacerse sentir, y lo que es peor: doler. No podemos seguir enfrascados en esa discusión tan baladí que mira desde el oprobio de una moralidad falsa, infundada por falsos próceres, que se intrigan al ver que ya no tendrán todos los beneficios que tenían antes, cuando eran los únicos mamones de la teta pública.

Es justamente esa la herencia de la cultura del narcotráfico que se acentuó en nuestro territorio: la de sufrir por las posesiones ajenas y hacer lo que sea por las propias. Solo valoramos lo cuantitativo, lo pasajero, e ignoramos la cantidad de beneficios que nos puede traer a todos el fin de las confrontaciones armadas para darle paso a las discusiones políticas. ¿No será que así esos senadores mediocres y parsimoniosos se pondrán las pilas para estar a la altura de las nuevas exigencias políticas que trae el fin de la guerra? Ya no será suficiente tildar de “narcoguerrillero”, “mamerto” o “paraco” a nuestros contendores políticos. No serán los adjetivos hiperbólicos los que validen un discurso u otro; serán las ideas, los constructos de pensamiento y las propuestas (con sus respectivas acciones) las que distingan a un partido de los demás, y le den el lugar que se merece dentro de la sociedad. Y esto no solo incluye a la clase política, sino a todos los ciudadanos, que de una u otra forma, tienen el deber de asumir y consumar el acuerdo pactado entre los dos bandos más temidos y poderosos de Colombia. Nos llegó la hora de construir, desde la diferencia, lo que siempre hemos querido y con lo que soñamos todas las noches: un país más normal, un territorio en el que se puedan expresar, sin miedo a la muerte, las ideas, opiniones e ideologías, libre y democráticamente.

Según el historiador Edgar Ferez, cuya ponencia se centró en la importancia del lenguaje en el actual contexto colombiano, hemos llegado tarde a dicho tema, pues seguimos destruyendo a las personas por medio de las palabras, entorpeciendo cada vez más los procesos de comunicación, fundamentales para la edificación de seres sociales, activos en la dinámica de su país.

El conflicto que hemos tenido durante 52 años, radica en la incapacidad que tuvieron para escucharse los diferentes grupos políticos que conocemos, porque creían que lo mejor era opacar el pensamiento del otro, imponiendo el suyo por encima de los demás, generando así oligarquías excluyentes, con ínfulas dictatoriales, pero reguladas por entes democráticos. Ahí está el problema: en que solo nos escuchamos a nosotros mismos y nos creemos dueños de la verdad, pretendiendo que todos deben pensar como lo hacemos nosotros. Por eso exterminamos a todo un partido político, y legitimamos cada una de las muertes de sus simpatizantes, porque nos convencimos de que a los guerrilleros se les da de baja y a los militares se les asesina; porque naturalizamos la guerra y hasta nos acostumbramos a celebrar los operativos militares que, bombardeando la selva, apagaron cientos de vidas que no estaban dispuestas a ceder un palmo hasta no consolidar un patrimonio político, negado e ignorado lustros atrás.

Nunca antes en la historia de Colombia, habíamos estado tan cerca de la democracia, porque si bien esa es la forma de gobierno que identifica a nuestro país, siempre estuvimos limitados a ver solo una cara de la moneda, a excluir a los que piensan diferente y a condenar al olvido a todo lo que no nos parece. Hoy, con el recuerdo de millones de vidas perdidas por este conflicto, es un día para perdonarnos, reconciliarnos, abrazarnos y, lo más importante, escucharnos. Que no nos vuelva a pasar, que no nos vuelvan a callar. Colombia ha entrado en una nueva era, se ha humanizado y ha crecido como nunca. La estirpe de los guerreros solitarios se ha extinguido, y la nación que quiso el libertador se ha puesto en marcha.

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores

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