Era
tarde. Hacía más o menos hora y media que los muchachos del taller literario se
habían ido al café de la esquina de atrás. Oscar había quedado de ir con ellos
pero nunca fue. Ahora estaba sentado con medio paquete de cigarrillos en el
borde del pequeño muro que separa el caño del sendero vehicular
.
Podría
decirse que no estaba de humor. Pero seguro era algo más que eso. Su rostro no
era el de alguien que está enfadado o que simplemente se siente desanimado. No.
Era algo más. Oscar encendió un cigarrillo y se quedó sentado, meditabundo.
Alrededor se oían algunos carros que cruzaban la calle contigua, haciendo
salpicar el agua de los charcos. Decidió levantarse y deambular calle abajo,
con la secreta pero sólida determinación de no levantar la mirada del suelo,
como si pudiera encontrar en las grietas del asfalto alguna razón que
reorientara su vida o revitalizara su existencia. No encontró nada.
Oscar
pensaba en sus compañeros de tertulia. A lo mejor estaban felices, bebiendo
cerveza, riendo con entusiasmo, proponiendo juegos eróticos. Sobre todo las
chicas, cuya coquetería espontánea sería el cóctel más preciado para cualquier
adolescente cansado de practicar el vicio nocturno. Sobre todo Berta, que se había
puesto ese día un labial carmín que le iba muy bien a las curvas de su cuerpo,
cubiertas por una blusa delgada de escote. Más que en sus compañeros, Oscar
pensaba en Berta.
Al
pasar por la zona de los burdeles, Oscar se detuvo para mirar si en su billetera
tenía dinero suficiente para volver esa noche a casa. Despreocupadamente
verificó que sí y que además tenía de sobra. Era una acción ilógica, pues ese
día le habían pagado el dinero de una deuda nada pequeña y además contaba con
fondos en su tarjeta. Un hombre de traje desbarajustado lo instó a entrar a uno
de los burdeles del lugar y le aseguró que la primera cerveza sería gratis.
Oscar no tenía muchas ganas pero tampoco tenía nada que perder. Nadie lo
esperaba en casa.
Cruzó
el umbral del burdel al que lo condujo aquel hombre y pronto se vio rodeado de luces
de neón y olor a aguardiente. El lugar estaba lleno a medias. Varias mesas
estaban ocupadas y se alcanzaba a escuchar el murmullo de algunas
conversaciones.
-Preciosa, ¿cuánto me cobras por una noche?
-Mi vida, ya te dije que lo máximo es una hora y solo
hasta que tengamos abierto el sitio.
-¡Ashh!
Sin
haberle dado más vueltas al asunto, a Oscar se le ocurrió que cualquiera de las
prostitutas que trabajaban allí le haría sufrir menos que Berta. Hacía ya un
año que la conocía y siempre la había visto con deseo. Por supuesto que se
habían dado algún beso, pero esas imágenes eran borrosas debido a la alta
cantidad de alcohol que las acompañaba (cerveza artesanal y whisky). En el burdel solo había cerveza
industrial.
Creo
que le di demasiado y ella ni siquiera lo notó, se reprochaba Oscar a sí mismo.
Pronto se dio cuenta que no tenía sentido entrar a un burdel y ponerse a
reflexionar sobre su vida, así que trató de concentrarse en el show de baile
desnudo que estaba a punto de empezar. No debía ser muy difícil.
Oscar
sintió vibrar su celular en el bolsillo. Lo llamaba Samuel, del grupo
literario, seguro para preguntarle dónde estaba y por qué no había llegado al
encuentro. Que se joda –pensó-, aquí no me estoy perdiendo de nada, y menos de
la molestia de tener que decir cosas interesantes. Apagó su móvil y lo guardo.
Pensó en estrellarlo contra el piso, pero eso requería un esfuerzo adicional
que no estaba dispuesto a hacer.
La
imagen de Berta lo apabullaba. Terminó su botella de cortesía y pidió otra. Una
prostituta se le sentó al lado y colocó sus manos sobre las piernas. Llevaba un
jean ajustado y una blusa con adornos dorados. Tenía puestos unos tacones
negros sin medias y era morena, alta, de cintura ancha y muslos generosos.
-¿Por qué tan triste, corazón?
-Nada que no pueda solucionar una cerveza.
-Tal vez una, tal vez dos, o más…
-¿Cómo te llamas?
-Sofía. ¿Y tú?
-Carlos-, respondió Oscar, mintiendo.
-¿Y no quieres invitarme a tomar algo?
-Si no estás tomando nada es porque no lo has pedido.
Sofía
le pidió una botella de cerveza al tipo que atendía en la barra y se dirigió
nuevamente a Oscar.
-¿Vienes seguido por aquí?
-Lo necesario.
-¿Y eso es cada cuánto?
-Cada que no quiero pensar.
-¿Quieres que te ayude?
-Para eso tendríamos que dejar de hablar.
Terminaron
sus cervezas en silencio y ella se quedó viéndole. Sus ojos eran asediantes,
como los de un felino. Oscar estaba a punto de ser intimidado, pero alguna
extraña nostalgia lo protegía de la mirada enervante de Sofía que, sin embargo,
lo tenía bastante excitado.
-¿Sabes cuál es el único problema?- preguntó Sofía.
-¿Cuál?
-Que efectivamente te voy a hacer olvidar de todo
esta noche, pero luego no te podrás quitar mi recuerdo de tu cabeza y te vas a
quedar pensando mucho.
-Yo creí que era algo más grave. Vamos.
El
show de baile ya había comenzado y el ruido era insoportable.
Juan Hernany Romero C.
@JuanHernanyRC
A veces aunque el show no haya empezado, el ruido es insoportable.
ResponderBorrarExcelente 🤘
Y posiblemente siempre lo sea. Gracias Miguel.
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