El
humor y el sarcasmo, por lo menos en una proporción significativa, son
elementos inherentes a la literatura. Incluso en tramas obscuras y tormentosas,
como las de Kafka. Y esto es posible, seguramente, porque casi todo puede ser
objeto de risa, sobre todo las cosas más serias. Es más, el verdadero humor
solo es posible a partir de lo realmente serio. Todo lo demás no es otra cosa
que la reproducción de las simplicidades y torpezas del ser humano en busca de
la satisfacción de su necesidad de risa por razones de salud mental.
Y esta risa, llamémosle risa literaria, es un
conducto a la crítica y la liberación de los dogmas más ocluyentes y
totalizantes. Por medio de la sátira de lo que algunos acertarán en llamar “historia
oficial”, se puede deconstruir toda una tradición de verdades impuestas, en
muchos casos absurdas y con un grado muy bajo de sustentación y evidencia. Es
entonces cuando el humor llega al rescate y comienza a exponer, de la manera
más fina, los vacíos que un dogma puede contener en sí mismo, y lo hace
risible. Cuando esto ocurre, la autoridad de lo que antes fuera verdad única
comienza a desmoronarse, dejando un reguero de inconsistencias y desencantos
por lo absurdo de su contenido.
En
Mark Twain tenemos un ejemplo magnífico y preciso de lo anterior. Sus Escritos irreverentes representan una de
las compilaciones de textos más provocativas para el lector profano y más
provocadoras para el venerador de lo divino. El autor de personajes tan fascinantes
como Tom Sawyer o Huckleberry Finn, asume la voz de personalidades bíblicas que
dan su testimonio de lo que aparece en los textos sagrados con una
espontaneidad que ya se quisieran los obispos y los santos en sus epístolas
grandilocuentes. Y lo hacen despojados de los rasgos característicos que han
fijado en ellos para convertirlos en simples metáforas y simbolismos al
servicio del poder eclesial y su mantenimiento durante siglos en casi todo el
planeta.
La
primera parte del texto, y también la más extensa, son las Cartas de Satán desde la Tierra. Aquí, por medio de once cartas, el
arcángel Satán (todavía no convertido en el Diablo tras su destierro eterno del
cielo), les comunica a sus colegas, los arcángeles Miguel y Gabriel, sus
observaciones sobre la naturaleza humana en un remoto lugar llamado Tierra que
surgió de la palma de la mano de Dios en una explosión tremebunda y atosigante
de la que salieron galaxias, soles y millones de planetas.
Día
tras día, Satán se muestra más sorprendido ante lo que ve, pues les asegura a
sus compañeros que la raza humana está plagada de complejidades y
contradicciones irreconciliables que ningún ser divino, desde su providencial
inteligencia, sería capaz de comprender. Pero lo que más llama su atención es
la postura del hombre frente a la religión. Satán escudriña en los detalles de
la Biblia y se muestra perplejo ante, por ejemplo, la crueldad de un Dios Padre
que elimina a todos los seres vivos, producto de su creación, mediante un
diluvio apocalíptico en el que mata miles de millones de inocentes por cuenta
de unos cuantos réprobos. Y lo que lo deja aún más perplejo es que, a pesar de
hechos como este o como el exterminio de diversos pueblos por orden de Dios,
los humanos lo llamen Padre Eterno, Padre Bondadoso, Dios Todopoderoso.
No cabe duda de que Twain muestra un
escepticismo recalcitrante en estos escritos, donde no solo realiza una crítica
a la institución religiosa como tal sino a sus cimientos históricos más
antiguos, partiendo de la teología y, hasta cierto punto, de la hermenéutica. Por
supuesto, el humor es su arma más letal, la punta de su espada. No concibe que
en el libro que es para casi toda la humanidad una carta de navegación haya
lagunas que demuestren la arbitrariedad de los relatos bíblicos y la imposibilidad
de demostrar su veracidad, como en toda la historia del Arca de Noé y el
diluvio universal, objeto de la furibunda crítica de Satán que comienza a
mostrarse indignado en el transcurso de sus mensajes.
En
estas cartas, como en el resto de los escritos de Twain, se demuestra que el
mejor argumento contra la Biblia es la Biblia misma. El carácter tiránico de
Dios, las temibles manifestaciones de su poder (cuando dice ser el origen del
amor), sus celos enfermizos y las contradicciones en sus mandatos, dejan claro
que “el enemigo más implacable y obstinado del género humano es su Padre
Celestial”, en palabras del autor. Aquí tenemos un claro ejemplo del viejo
precepto que dice que un buen ateo lleva siempre una Biblia bajo el brazo.
Al
libro lo complementan los Apuntes de la
familia de Adán, donde personajes como Matusalén, el longevo hombre
bíblico, deja entrever nuevamente, desde la risa rotunda del lector, los más
empecinados absurdos de las Escrituras desde el punto de vista científico y
cualquier lógica aterrizada. Pero la Autobiografía
de Eva es el punto culmen de esta obra, pues la visión virgen de la primera
mujer de la Tierra, madre de la humanidad, constituye una narración estupenda
del personaje más vilipendiado del judeo-cristianismo, por ser considerada la
causa de todo el padecimiento humano a raíz de la omisión del mandato de no
comer del fruto prohibido. Eva no es culpable de nada; el culpable es Dios por
crear las tentaciones a las que sometió a sus criaturas y desencadenar todo el
mal que él mismo pudo haber evitado. Eva, entonces, es no solo la primera mujer
sino la primera filósofa, por ejercer la deliciosa actividad del pensamiento y
exprimir el jugoso fruto de la duda.
Por
último, está la Carta desde el Cielo, un
simpático documento en que un “ángel archivero” lleva la contabilidad moral de
un comerciante de Nueva York y lo clasifica con puntajes según sus buenas obras
y su conducta cristiana, llevando un seguimiento sistemático de sus plegarias,
sus actos caritativos y los deseos secretos de su corazón.
Así
son los Escritos irreverentes de Mark
Twain, un monumento a la lucidez intelectual, constituida por una dosis de
humor precisa y candorosa que dice no a todo lo que pretende encallar su
entendimiento en creencias inaceptables que, sin embargo, han imperado por
centurias y condicionado la vida de la humanidad. Para Twain la reverencia no
es un camino ni el silencio una alternativa.
Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores
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