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Ramón Martí y Alsina.1826-1894 (Barcelona. España) . |
Permanecer
inmóvil se había vuelto necesario para él, cuando a su alrededor todos se
entrecortaban con tanto afán. Fue el pensamiento de su sonrisa el que lo dejó
suspendido en el aire. Se hallaba sentado en posición frontal en el barrio La
Macarena, envuelto por el letargo de la plaza de toros La Santamaría, donde
alguna vez se vivió la fiesta brava y hoy solo queda el guayabo de las almas de
mil toros asesinados entre gritos y olés, por espadas frías que penetraban sus
corazones hirvientes. Un último bramido volaba con el viento, y llegó a mí
entre las volutas de cigarrillo que elevaba un extraño que estaba a mi lado. Me
preguntó, sin verme, qué pensaba de las hojas secas. Él pensó que eran unas
malditas obstinadas, que se negaban a morir en los árboles y preferían caer
para vivir en el suelo.
-Algunas
son indecisas-, le dijo él, como si pudiera leer sus pensamientos, y juntos,
haciendo una voz en coro, dijeron: “Permanecen flotando en el aire como aves
que disfrutan del viento”.
-Yo
he estado allí, en la otra plaza-, dijo el extraño.
-¿Cuál
plaza?-, preguntó incrédulo, tomándolo por loco.
-En
la que está más allá, donde somos nosotros los toros y quienes recibimos los
espadazos directos con la complicidad de un silencio alucinado. Y un torero
sale en hombros con dos orejas en sus manos, aclamado por una multitud de
insensatos, que se olvidan del desorejado. Al suelo solo caen los cuerpos que
han vivido una lucha en desigualdad de condiciones. Por eso es que el torero
sale de la plaza levitando impune.
-¿Y
quién era el torero?
-
Todos lo hemos sido, incluso yo, pero ahora soy el alma de un toro olvidado.
Nicolás Méndez y Juan Hernany Romero.
@SectaDeLectores
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