Es
muy difícil plasmar en un artículo de opinión la fuerza de una obra literaria;
más difícil aún es tratar de delinear los aspectos más importantes de la obra
sin caer en extravagancias que le quiten el sentido a lo que estamos diciendo,
pues en el afán de abarcar la totalidad del libro que tratamos de exponer
podemos terminar no diciendo nada y sí hablando mucho. Por eso mejor empiezo de
una vez: hablaré de Casablanca la bella,
novela de Fernando Vallejo, que a mi parecer es la más completa de todas, y tal
vez por eso una de las más especiales.
Publicada
en el 2013, Casablanca iba a llamarse
“El desastre”. Dice Vallejo en un
conversatorio inaugural del libro que durante años había tratado de escribir un
texto que reuniera todo lo que ya tenían sus novelas previas: la desazón de la
vida, la carga de la existencia, el sufrimiento de vivir, el horror de morir…
el desastre. O sea, en últimas, Casablanca es El desastre.
“Casablanca
no es una ciudad, es una casa: blanca como su nombre lo indica, con puertas y
ventanas de color café y una palmera en el centro de un antejardín verde
verde…”. El texto se va tejiendo como se va construyendo (o reconstruyendo)
Casablanca en su interior: va por partes, y en cada espacio tiene Fernando
ocasión de ir diciendo lo que piensa sin más freno que el del el lenguaje que
usa y las interrupciones que suponen la construcción de Casablanca. Pero, ¿cómo
va hilvanando Vallejo su discurso? ¿Habla solo? ¿Se oye a sí mismo?
Un diálogo con las ratas
Agotado,
decepcionado y desesperanzado, vuelve Fernando a Casablanca con una vela que le
dé luz antes de dormir. Viene de la avenida Nutibara y ha sido doblemente
insultado por sicarios que pasaban en su
moto a toda mecha y que casi lo mandan para el otro lado. Acostado sobre bultos
de escombros, recibe la visita de un grupo de ratas que salen hacer su ronda
nocturna y lo encuentran allí, meditabundo, en silencio.
Son
estos animales los que diariamente, cada noche, visitan a Fernando en su lecho
improvisado y le dan cuerda por medio de preguntas y comentarios, brindándole a
nuestro “gramático ilustre” una de las cosas más valiosas que tendrá en el
desastre de Casablanca: un interlocutor.
De
las largas conversaciones que tuvieron, les dejo un par de intervenciones
memorables, puestas en este festín de la palabra, del lenguaje literario y las expresiones
coloquiales. “La pesadilla de Kafka era despertarse convertido en un insecto.
La mía es haber despertado convertido en un ser humano. Trato de acomodarme a
los monstruos. Con ellos vivo. Me ahogo en su pantano”. O esta sobre la
felicidad: “Y en medio del dolor del mundo esta búsqueda de la felicidad a toda
costa. ¿Por qué? ¡Con qué derecho! La felicidad del individuo en medio de la
desdicha ajena es impúdica. Si la felicidad no es para todos, que no sea para
ninguno. Y si la vida de los animales no vale nada, ¿por qué ha de valer la del
hombre? ¿No es acaso otro animal? Un bípedo alzado que caga”.
Una reforma ortográfica
Postulada
ya en el Siglo de Oro por Gonzalo Correas (que escribía Korreas), Fernando
propone esta reforma, ahora adaptada al contexto actual. Se trata pues de
volver totalmente fonética la ortografía del idioma castellano. Me explico. La
ortografía del español tiene dos caras: la fonética (cómo suenan las palabras)
y la etimológica (de dónde vienen). Es por ello que escribimos hombre con
hache: porque proviene de la raíz etimológica homo del latín. Pero si lo vemos en términos prácticos esa hache ya
no tiene nada que hacer ahí. De lo que se trata en últimas esta reforma es de
simplificar la escritura del español, ganar espacio y evitar enredos.
Del
mismo modo, con miras a la construcción de una ortografía completamente
fonética, se suprimirían algunas consonantes y se cambiarían por otras. “Cosa”
se escribiría con ka de kilo: “kosa”. “Queso” se escribiría con ka de kilo y
sin u: “keso”. “Aquí” con ka de kilo,
sin u y sin tilde: “aki”. “Cinturón”
son ese de sapo y sin tilde: “sinturon”. “Zancudo” con ese de sapo: “sancudo”. “Giro”
con jota de joder: “jiro”. “Guerrero” con ge de guerra pero sin u: “gerrero”. “Güevón” con u sin diéresis ni tilde: “guevon”. Y
también así “hijueputa” suprimiendo la hache: “ijueputa”.
Ahora
bien, como se trata de simplificar la escritura del idioma, la reforma también propone
suprimir las tres letras dobles de sonido sencillo, a saber: la che, la erre y
la elle, las cuales deberían escribirse s, l y r, de
modo que ahora solo tendríamos grafemas, unidades indivisibles del lenguaje y acortaríamos
el alfabeto. “Chontaduro” se escribiría “sontaduro”,
con ese y sin hache. “Caro”: “karo”, son ka y ere suave. “Carro” sería “karo”, con ka y erre dura. “Río” se escribiría “rio”, con erre dura y sin tilde. “Cigarrillo”
sería “sigarilo”,
con ese, erre dura y ele rara. “Yegua”: “legua”,
con ele rara. En cuanto a la y de “María
y José”, se escribiría con i latina: María i José. “Examen” se
escribiría “ecsamen”. “Wager” se escribiría “Bagner”.
Con
eso tenemos la supresión de la ce, la hache, la cu, la ve, la ve doble, la
equis, la ye, la zeta, las tildes y las diéresis. Las viejas tres letras dobles
serían transformadas en grafemas y llevarían un signo como el de la ñ, pero en
la parte de abajo. Ah, y Dios no iría con mayúscula. En esto consiste, pues, la
reforma ortográfica de Korreas/Vallejo que de a poco ha venido implementando la
juventud en las conversaciones de WhatsApp y los memes de Facebook. Una reforma
para Hispanoamérica y no para España, como deja claro Fernando que va por las
mayorías y la practicidad. “Ortografía fonética sin resabios etimológicos,
señorías. A este idioma le sobran ocho letras y al hombre dos tetas”.
La música y la memoria
Vallejo,
pianista desde niño y conocedor de la música, no deja este tema por fuera y se
lo toma muy a pecho. Con su iPod que
lleva incrustado en su memoria, Fernando nos va cantando (o al menos recitando)
valses, boleros, cumbias, rancheras. Y es que para Vallejo no hay mejor música
que esta, la que le habla al corazón, y no los concertistas de conservatorio
que tanto le incomodan. “Música es la que me gusta a mí y el resto es ruido”.
Eso
sí les puedo decir: Casablanca sirve
también como puente a músicas bellas, sencillas, profundas, que si oyen con
atención marcan tanto como cualquier novela de Vallejo. El doctor Alfonso Ortiz
Tirado, Pedro Infante, el Dueto Miseria, José Alfredo y María Teresa Vera, llenan
las gigas del iPod de Fernando y nos transportan, como sus novelas, a otros
tiempos, a otras calles, a otras casas, a otros patios, a otras iglesias, y nos
hacen recordar que, aún con ilusiones y encantos, la vida siempre terminará
como Casablanca: en el desastre.
Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores
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