jueves, 25 de agosto de 2016

Un día con la bestia



En 1995 se estrenó en España e Italia una película que cambiaría muchos de los preceptos sobre cómo hacer cine. Rompiendo esquemas, jugando con los temas, oscilando entre la seriedad inminente del Apocalipsis y la comedia generada por una historia dinámica, Alex de la Iglesia confirmó ser uno de los directores de cine más arriesgados de España al filmar, en medio de la navidad y el frío, “El día de la bestia”.

Y es que ya van 20 años desde que esta “comedia satánica” salió, y todavía sigue siendo vista como una obra maestra, de avanzada, con dosis de humor inteligentes que no la hacer parecer rogando por la risa de los espectadores. Uno no se cansa de verla sino que, por el contrario, recurre a ella frecuentemente para aliviar las cargas de una realidad rutinaria, absorta en sí misma, y, lamentablemente, tediosa. No es mi intención aquí hacer un resumen o una sinopsis de la trama –mejor recomiendo verla-, sino resaltar sus aspectos fundamentales y ver por qué nos resulta tan divertida.

Cuando el cura y catedrático de teología, Ángel Berriatúa, descubre por medio de operaciones matemáticas algo reforzadas, el día del nacimiento del Anticristo (lo cual significa el comienzo del fin del mundo), resuelve que la única forma de salvar a la humanidad y darle una nueva oportunidad,  es engañando al diablo y matándolo. Desde ahí se propone “hacer todo el mal que pueda” como se lo confiesa a su superior en una Iglesia con una cruz de piedra que termina por aplastarlo. Así, un manso cordero de Dios termina convirtiéndose en un delincuente torpe y desesperado por ver al que se cree, es el creador de todo mal. Lo más curioso es que todo lo hace solicitando “la ayuda de Dios”, el cual le envía un metalero satanista y un astrólogo famoso.


Viendo la película para realizar el presente escrito me encontré con que, a lo mejor, esta suponía una especie de Quijote cinematográfico, pues, de buena gana y con conocimiento de causa, comenzó como una típica película de terror en la cual el demonio es mostrado como responsable de todo el mal del mundo. Desde el principio son notables varios elementos característicos del cine de terror occidental: paranoia religiosa, atmosferas tensas, representaciones de la muerte y simbología ocultista o satánica. Todo lo necesario para un filme de horror está servido. Y la temática no dista mucho de las producciones tradicionales. Lo que cambia es la forma.

De algún modo, desde mi perspectiva personal, encuentro cierta crítica por parte de los productores de la película, a la fórmula clásica con la que hasta ahora se han realizado los filmes de terror, no solo a la estructura narrativa, sino también al discurso inmerso en los contenidos. Esa moralidad tácita que implica el triunfo del bien sobre el mal, representado en las figuras bíblicas de Dios sobre Satán, y que siempre termina dándole el crédito a los valores cristianos. Esa es la perspectiva que, sin necesidad de exponer críticas teóricas o directas, se ridiculiza por medio de una historia similar, pero extremadamente particular.

Lo mejor de todo es que la atmosfera se conserva, el diablo sigue existiendo y, a cada minuto, se hace menester cumplir con la misión de asesinarlo. Qué buen reflejo de las conductas y explicaciones sociales podemos encontrar aquí: siempre vemos la causa de nuestros males en entidades ajenas a nosotros, le echamos la culpa a las energías, los hechizos, la mala suerte, el mal de ojo, la brujería o las posesiones demoníacas. Siempre estamos en busca de un chivo expiatorio. Necesitamos un sujeto u objeto para culpar, para lavarnos las manos, para sentirnos redimidos.


A pesar de algunas predisposiciones personales con el tema, la cuestión del satanismo no deja de ser interesante, pues su esencia oscura y su carácter hermético brindan un aire de curiosidad, de morbo. A todos nos gusta el diablo, nos gusta más que Dios. Nos parece atractivo, fuerte, imponente, poderoso, coqueto; y en una película como esta es, sin duda, el personaje principal, toda la trama gira en torno a él. Me gustaría extenderme un poco más en torno al tema del satanismo, en exponer qué es, qué representa y cómo se manifiesta en la sociedad. Pero, para no salirme del marco contextual (la película “El día de la bestia”), me limitaré a dar una breve concepción tomada de Anton Szandor Lavey: el satanismo como constructo de signos que representan determinadas conductas humanas, más específicamente, el vitalismo y la sed de libertad. Se ve a Satán no como una deidad adorable, sino como un símbolo, una representación de la libertad, las pasiones, los ideales y los instintos vitales. Es un asunto semiótico. Sin embargo, no doy el tema por cerrado, sino que lo postergo para una próxima ocasión.

Por último, no podemos dejar de lado uno de los componentes más importantes del filme: la música. La banda sonora de la película es, sencillamente, excepcional. El metal extremo y, específicamente, el Death Metal, dotan la producción de un aire undergroumd, diferente. Ahí también se juega con la simbología de la música, con las percepciones sociales que se tienen de ella y con los imaginarios colectivos. “Música demoníaca”, “hay que poner los discos al revés para escuchar el mensaje”, son expresiones que, a menudo, resultan molestas por su falta de fundamento, pero que aquí son un motivo de gozo, de burla, de diversión. Bandas como Def con Dos, Soziedad Alkoholika, Ktulu, Ministry, entre otras, son las encargadas de darle potencia y carácter a esta obra de arte, a esta, la mejor, aventura satánica.

A continuación les comparto el enlace que remite a la película:
http://amorlatinochat.com/pelicula-el-dia-de-la%20bestia.html

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores

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