Reflexiones sobre "La naranja mecánica"
En 1962 es
publicada en los Estados Unidos y, posteriormente en el Reino Unido,
conservando el texto original, la novela A
clockwork Orange (La naranja mecánica) del escritor, académico, músico y
educador, Anthony Burgess. Durante mucho tiempo hemos estado engañados acerca
del verdadero origen, esencia y argumento de la historia. Al escuchar el nombre
de la novela muchos referencian inmediatamente la película dirigida en 1971 por
Stanley Kubrick.
Burgess nació en
Mánchester en 1917. Se dedicó a la lingüística, la traducción, las lenguas, la
música –se destacó como compositor de cámara- y entre 1946 y 1960 fue educador
oficial en Malasia y Brunéi. En pleno auge de su edad adulta, sufrió un desmayo
a la mitad de una clase, al ser evaluado por los médicos, estos le
diagnosticaron una grave enfermedad cerebral. Con semejante diagnóstico,
Burgess creyó que la muerte estaba cerca y, su esposa, que era aún joven, pero
dependiente de él, quedaría sola, por lo cual él tendría que dejarle asegurados
algunos ingresos. Para ello, con la presión de la muerte en la nuca, Anthony se
dedicó de lleno a escribir, esperando que el dinero de las copias vendidas
fuera suficiente para la esposa. Así, escribió cinco novelas y media en un año,
entre las cuales se encontraba su magnum
opus “A clockwork orange”.
Cuando el autor
redacta la novela en Nueva York, la lleva
a una editorial local para ser distribuida. El editor, quien pensaba en
ganar miles de dólares en ventas, le sugirió, o mejor dicho, le exigió suprimir
el último capítulo (el 21) que, a su juicio, contradecía la trama, llevándose
toda la emoción de la ultraviolencia tras de sí. Anthony, que no tenía ingresos
fijos y debía responder por su familia aceptó, y sin más, la naranja de 20
capítulos que llevó a miles de norteamericanos a gozarse en las oscuras
aventuras de Alex y sus drugos, comenzó a circular por todo el país,
convirtiéndose en un éxito de ventas.
Pero, si hoy estoy
hablando de la existencia de un capítulo que le da la vuelta al concepto que se
tiene de La naranja mecánica, ¿cómo es que he llegado a saberlo? En primer
lugar tenemos al oportunista editor que, aprovechándose de la situación del
autor, le hizo creer que éste estaba siendo generoso al aceptar el manuscrito
de un escritor poco conocido, haciendo que aquel, que necesitaba con urgencia
el dinero, accediera a la mutilación de su novela, la cual se convirtió en una
fábula. Teniendo en cuenta lo anterior tenemos dos relatos distintos: el
original (británico, global, completo, con vigésimo primer capítulo) y el
norteamericano (la fábula, la vida sin opción moral, el que inspiró a Kubrick
para su película). Aunque Kubrick rodó el filme en Inglaterra, el libro que
leyó fue el norteamericano, que no le robó la fantástica atmósfera que
construyó el productor neoyorquino, pero, inconscientemente –eso espero- volvió
a mutilar la novela de Burgess, perpetuando la maldición acaecida nueve años
antes en la fecha de su primera edición.
Con el pasar del
tiempo y con las múltiples traducciones (hebreo, alemán, español, italiano,
francés, japonés, sueco, ruso, portugués, etc…), el texto original cobró
algunas deudas entre sus lectores, y en algunos círculos –algo reducidos, por
supuesto- fue reconocido por fin el mensaje de la novela y la intención de
Anthony Burgess. El texto trae consigo el problema de la elección moral, es
decir, del poder tomar libremente una decisión entre el bien y el mal partiendo
de la base del libre albedrío.
Ese es el tema de
la novela, no como tal la violencia (o ultraviolencia
como la denomina la obra), ni tampoco se limita a ser un relato psicológico; es
el de la condición humana limitada, y a veces (casi siempre) coactada por las
dinámicas sociales que exigen del individuo una determinada conducta. En
esencia todos los seres humanos tenemos orientaciones o deseos ocultos que, a
la luz pública, se verían escandalosos y enfermizos, pero que hacen parte de
ese fuero humano que mantiene en constante batalla a los instintos, las
fantasías, la realidad, el miedo, la culpa, el dolor, la moral y, lo más
horroroso, el juicio externo.
Cuando Alex se
narra en su cotidianidad, que para él es muy normal y, de hecho, lo es,
describe un entorno urbano contemporáneo en sus múltiples demostraciones
aparentemente reales: el bar lácteo Korova, en el que sirven la leche plus (o
moloco) con sustancias alucinógenas mezcladas es uno de los lugares predilectos
de Alex, Pete, Georgie y el Lerdo (llamado Din en la película). Los jóvenes se
sientan, ordenan su moloco y comienzan a pitear de lo lindo, entrando en mundos
paralelos que concluyen con un encuentro directo con Bogo, es decir, con Dios.
Esto, narrado como un viaje maravilloso y la vez punzante, no es más que una
traba, perdón, un estado alterado de conciencia provocado por el consumo de
drogas. He aquí un elemento posiblemente significativo: la droga.
Luego de beber uno
o dos vasos de la deliciosa leche plus con cuchillos, los chicos tienen un
montón de energía que no saben cómo descargar, pero que, de todas formas,
tienen que hacerlo. Para eso salen a la calle –preferiblemente en la noche-
para buscar algo de diversión. Se topan con Billyboy y su pandilla, que en ese
mismo instante intentaban violar, entre por lo menos cinco jóvenes, a una
muchacha que, infortunadamente para ella, aunque no para ellos, cayó en los
instintos de estos málchicos, quiero decir, muchachos. Alex y sus amigos la
emprenden contra la gallada enemiga con usy, nocho y britba (cadena, navaja y
cuchillo), y estos les responden con las mismas armas aunque con menos
destreza, y así, terminan en el piso, aturdidos por el dolor, mientras nuestros
cuatro personajes continúan disfrutando de una noche joven, estrellada y
jugosa.
Una pelea a
muerte, un violación de cuatro hombres a una mujer (que concluyó en su muerte)
mientras el esposo de ésta era obligado a verla mientras lo golpeaban amarrado,
un robo (con las víctimas dejadas al borde de la muerte) y el hurto de un auto
que luego fue arrojado al río, fue el saldo de una noche en la que el pobre
Alex terminó exhausto, estado perfecto para ir a dormir. Así transcurrían los
días y las noches de este grupo incansable, antes de la posterior captura de
Alex por homicidio, y de la muerte de Georgie mientras el primero estaba en
prisión.
¿Cómo hizo
Burgess para plasmar tanta violencia “ficticia”
en las páginas que abarcan los dos primeros capítulos de la obra? Bueno, la
verdad es que los redactores de los diarios nacionales no publican novelas
anuales sino historias diarias, y, lo que es peor, reales. Muchos de los
noticiarios y reportes de los medios se han hecho dueños de algo que podríamos
denominar crónica roja, en donde la primera página tiene titulares como “Mató a
su mamá a cuchillo”, “Desmembró a su hermano por celos”, “Se suicidó luego de
incendiar su casa”, y cuando no hay una noticia lo suficientemente caliente y
hedionda, sale algo todavía más fétido: “Los amores de Fredy Guarín”.
“Parece mojigato e
ingenuo negar que mi intención al escribir la novela era excitar las peores
inclinaciones de mis lectores. Mi saludable herencia de pecado original se
exterioriza en el libro y disfruto violando y destruyendo por poderes. Es la
cobardía innata del novelista, que delega en personajes imaginarios los pecados
que él tiene la prudencia de no cometer.” Eso dice Burgess, Anthony (1986)
cuando, sintiéndose atado a su propia obra, devela el sentido de la misma,
claro está, para quienes quieran saberlo. Y también dice: “Pero el libro también guarda
una lección moral, la tradicional repetición de la elección moral. Es
precisamente el hecho de que esa lección destaca tanto lo que me hace
menospreciar a veces La naranja mecánica como
una obra demasiado didáctica para ser artística”. El libro tiene un fin, y muy
claro.
El producto solo
tiene dos formas, la literaria, reproducida y perpetrada por la imprenta, y la
cinematográfica, que en su momento tuvo mucho éxito, eso debido a la fama
acaudalada en la figura de Kubrick. En primer término, el producto, como todos,
asume un rol comercial, pues tanto el libro como la boleta o el DVD tienen un
precio en el mercado. Su impacto en cuanto a los efectos o reacciones en la
sociedad ha sido relativo. Muchos lo han tomado como una crítica al sistema y a
los planes de contingencia urbana para controlar las pandillas y los crímenes
en Inglaterra, en este caso podemos tener en cuenta figuras como la del Primer
Ministro, el cuerpo policial (luego conformado por los mismos pandilleros) y
desde luego, el ineficiente proceso de penalización, que no rehabilita
delincuentes, sino que los fortalece. Otros lo han tomado como un objeto de
estudio, esto especialmente en las facultades de psicología, donde se pretende
trazar paralelos entre la historia y la realidad. Algunos, los que se rigieron
por el prólogo de Burgess, enfatizaron en el problema moral que entra en
conflicto con un ser lleno de jugo y vida actuando mecánicamente (de ahí el
título de la obra), para este caso podemos analizar al protagonista, al cura de
la prisión y al F. Alexander, el supuesto autor del libro.
El libro sirve
para muchas cosas, y también para entretener. Miles de personas vieron la
película solo para divertirse, algo que está bien. Al menos no fueron obligados
a hacerlo. La pieza cinematográfica no ha sido una excepción en ese lio que
hace de cualquier manifestación artística o literaria un chivo expiatorio. Muchos creen que por el hecho de que un adolecente
esté expuesto a videojuegos como Grand
Theft Auto, Doom o Quake, o a la música de Marilyn Manson, Ozzy Osbourne o
Slayer, puede terminar siendo un asesino en serie, violador, secuestrador,
satánico, narcotraficante y, posteriormente, suicida. Es como decir que quien
lee a Nietzsche automáticamente se vuelve anticristiano, o quien lee a Hitler
sueña con ser dictador; o, en caso más ridículo, terminar transformado en
insecto gigante luego de leer La metamorfosis
de Kafka. Esos impactos no existen, a no ser que estén premeditados por el
espectador o consumidor. Por tanto, puede estar tranquilo de que no se
convertirá en un nuevo Alex al leer A
clockwork Orange. Para eso está la elección moral en la que tanto insiste
Burgess.
Teniendo en cuenta
lo anterior, creo que no hay necesidad de idear una estrategia, si hubiera que
hacerlo por su impacto masivo, para reducir el impacto de la obra. Y si la hay,
la única es recomendar primero leer el libro y luego ver la película, pero eso
hace parte de la autonomía y responsabilidad de cada individuo. Dejémoslo en
letras del autor: “Coman esta porción Dulce o escúpanla. Son libres”.
Quod scrisi scripsi (Lo que he escrito, escrito está).
Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarBuen ensayo . Me parece que le faltó reflexionar mas sobre el experimento en la prisión el cual creo yo es la razón principal de la película mostrar cómo funciona el conductismo en las persona . Pero buen escrito .
ResponderBorrarGracias.Tiene razón, ese tema lo puedo posponer para un próximo escrito más enfocado al aspecto psico-conductual. Gracias por leerme. Usted es miembro honorífico de esta secta!!!!
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