Una vez leí una columna
de Héctor Abad Faciolince en la que decía que llevaba doce horas frente a la
pantalla del computador sin poder escribir nada. Ni la novela en la que
trabajaba, ni en su columna semanal. Su artículo terminó tomando la forma de una triste apología que intentaba
buscar el perdón de los lectores por no hablar de temas cruciales e
interesantes, ocurridos a lo largo de la semana.
A veces ocurre que nos
preparamos leyendo, preguntando, releyendo, anotando, pensando. Pero por alguna
razón no tenemos nada qué decir, o no tenemos ni idea de cómo decirlo si es que
tenemos algo. Ahí comienza uno a ensayar, a darle rienda suelta a los
pensamientos que vienen en fila, demasiado rápidos para los dedos de las manos
y para la construcción de un texto. ¿Qué tanto valor tendrá este ejercicio? En
primer lugar esto es algo que, por lo general, no se hace con la intención de
publicarse, sino todo lo contrario, de dejar lo más impublicable tirado allí
para hacer una limpieza. Sin embargo, hay quienes han pedido que sus escritos fueran
quemados (antes de su publicación), ya cuando su llama vital estaba a punto de
apagarse. Franz Kafka le pidió a su mejor amigo, Max Brod, que quemara la
mayoría de sus escritos. La razón no la especificó, hasta donde sé, pero estaba
encarnizado en que esta sería su última voluntad. No quiero ni imaginarme lo
que sería el mundo ahora, si M.B hubiese acatado la súplica de Kafka. ¿Qué
hubiera sido de mis últimas semanas?
A los que, por ahora, nos
podríamos denominar aspirantes a escritores, se nos presentan (o atraviesan) en
el camino ciertas dificultades, ciertos monstruos, pues muchos creen que, al
igual que los youtubers, podemos soltar
cuantas estupideces carentes de reflexión y contenido nos salen de los nervios
para recibir grandes cifras de visitas y comentarios, luego capitalizadas en la
edición de un libro Best seller, el
cual se convierte, por uno o dos meses (no tiene impulso para más) en la mina
de oro de una editorial desesperada por no poder ganar lo suficiente en
clásicos, filosofía, ciencias o poesía. La verdad es que sí se puede, y no solo
se puede sino que además es muy fácil. Basta con ponerse una máscara que oculte
cuantas miserias humanas hallan en la existencia del individuo, y ahí, buscar cómo
descrestar a los espectadores. El mejor medio para ello es la tecnología: una
cámara de resolución aceptable (que pueda enfocar la playera de moda) y lo más
importante: un tentativo y caprichoso proceso de edición, que nos haga decir
“este sí que tiene estilo; sabe”.
Desde que empecé este
proyecto de internet que hoy conocemos como Secta de lectores, he disfrutado
mucho compartiendo diferentes artículos y escritos que expresan opiniones y
gustos personales, con el fin de ponerlos en común y generar temas de
conversación, debate y diálogo. Claro, no somos una mayoría (por eso somos
secta), pero me agrada saber que hay quienes aún creen en la lectura como
instrumento de navegación mental, de introspección subjetiva, de
experimentación social. Por eso, reconociendo las dificultades vitales que
tiene cualquier proyecto, me he propuesto generar este espacio, del cual no
espero fama ni dinero, sino libertad, goce, diversión y, por qué no, una buena
dosis de dolor y sufrimiento.
Juan Hernany Romero Cruz
@SectaDeLectores
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