Estaría
entre mis trece o catorce años, era de noche, muy templada par ser de Bogotá, y
estaba sentado en el sofá de la sala con los audífonos puestos, escuchando el “Expreso
del Rock” de Andrés Durán, mientras leía, o trataba de leer, con el mayor
cuidado posible, el significado del libro del Kybalión, el cual es atribuido a
un tal Hermes Trismegisto, uno de los mayores ocultistas de toda la historia,
un semidiós. No recuerdo ya muy bien lo que aquel milenario texto decía. Era
una especie de tratado filosófico, el resultado de un enorme esfuerzo por
entender las fuerzas que rigen el universo físico y su relación con la dinámica
mental del hombre que, hasta el día de hoy, no ha dejado de ser un misterio.
Como
era domingo, la emisión del “Expreso del Rock” era dedicada en su totalidad al
Metal, desde el más tradicional Heavy Metal hasta el sonido más extremo de
géneros como el Black, el Death, o el Grindcore. Si no me equivoco, casi al
inicio del programa se destinaba un espacio para los sonidos nacionales. Sonaba
el Metal colombiano, y con él toda una sinfonía de sueños e ilusiones que, en
mis años de adolecente, crecían y se retrataban en mis sueños. Estando en esas,
se anunció el lanzamiento de una nueva banda de Heavy bogotana, muy prometedora
por su sonido y por la propuesta que traía. Esa banda es Julian’s Fire, la cual,
a mi parecer, es una de las mejores exponentes del sonido Hard Rock
tradicional. Como estaban de gira, no iban solos. Contaban con la fortuna de
viajar con Adrián Barilari, antiguo vocalista de la agrupación argentina Rata
Blanca. Iba también con ellos toda la formación de la mítica banda antioqueña
Kraken.
Sonó
el especial, sonó Kraken. Ya la había oído antes, pero, para ser honesto, nunca
me había fijado en sus letras. “Todo hombre es una historia” fue el primer tema
en sonar. No sé en qué momento, sin moverme un solo centímetro del mueble donde
estaba, dejé de sentir que estaba sentado. Les podrá sonar muy loco, muy marihuano,
pero así me sentí, elevado, fascinado, emocionado hasta la médula. No podía entender
cómo un hombre retrataba algo que yo veía, sentía, pero no era capaz de decir.
El rock, como siempre, me salvaba, me acompañaba, era mi mejor amigo a
cualquier hora. No entendía lo que pasaba hasta que el mismo Elkin me lo dijo:
“Nunca nadie se sentaba
a escuchar lo que pensaba
a nadie le importó.
Era amante de la vida
de la música que un día
sus sueños despertó.”
Desde
aquella noche, Kraken se convirtió en mi referente más cercano. La banda que
llevó a Colombia a tener un lugar en el basto universo del rock. Pasaron por el
Show de las Estrellas de Jorge Barón, es decir, por un escenario del que todo
el mundo estaba pendiente, porque no cualquiera pasa por ahí y, hasta cierto
punto, imponía las tendencias musicales del país. Podría inferirse, pues así lo
conciben algunos, que aquella aparición de Kraken en el programa de Jorge
Barón, pudo haber afectado la ética de la banda, tentándola a producir sonidos más
comerciales, que fuesen más accesibles a los consumidores de música en el país.
Ni eso ni el éxito de más de 30 años de carrera musical afectaron al Titán, que
se mantuvo siempre como el único miembro original del grupo, siempre sencillo,
sonriente, cálido.
El
año pasado, salió la última producción de la banda, “Sobre esta tierra”, un
disco fenomenal que, para ser grabado cuando Elkin estaba en tratamiento médico,
resultó ser un álbum exquisito, fiel al sonido original de Kraken y con unas
líricas sumamente bellas, de carácter idealista, romántico, soñador. “Hay
hombres que dan la vida por un ideal”, dice la primera canción del disco.
Parece que, sin saberlo, Elkin Ramírez hablaba de sí mismo, porque nadie como
él ha dejado la huella de un auténtico soñador, dando su vida por el ideal que
guio su corazón.
Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores
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