Para
muchos, hoy, en pleno siglo XXI, en la era informática, donde de maneras
diversas tenemos, en general, acceso a la información y al conocimiento, el
criterio de la evolución humana resulta ser una teoría ajena a nuestra
realidad, si es que no se la califica de inmoral, apóstata y profana. Somos lo
que somos y punto. Solo a muy pocos les interesa saber cómo es que llegamos a
constituirnos como seres vivos, que a su vez interactúan y viven en permanente
contacto con el mundo que les rodea. Nos acostumbramos a salir del paso con
respuestas bobas, huecas, tautológicas. Cuando no respondemos que todo es así
porque sí, entonces repetimos obstinadamente lo que en nuestra más remota
infancia nos inculcaron: que no deberíamos preocuparnos por semejantes cosas
(el origen del mundo, el sentido de la vida), porque ya todo está escrito, es
decir, que alguien a quien nunca hemos visto, pero de quien hablamos todo el
tiempo, ha trazado nuestro destino a su gusto y parecer.
Y
es que para qué nos preocupamos por eso, si ya está más que claro que el único
fin del hombre sobre la tierra es trabajar para adquirir bienes y “ascender” en
la escala social. Trabaja, ahorra, consigue pareja, cásate, ten hijos y has el
intento de dejar un recuerdo feliz. No hay más modos de vida. No concebimos la
existencia de otra manera. Nos quedamos anclados en prejuicios pueriles que se
solidifican con el tiempo hasta convertirse en verdades absolutas que regulan
la existencia y determinan la conducta. La tecnología avanza, los medios de
comunicación se expanden, las empresas innovan, y el humano ¿evoluciona?
“La
evolución humana es un esfuerzo continuo del hombre para adaptarse a la
naturaleza, que evoluciona a su vez. Para ello se necesita conocer la realidad
ambiente y prever el sentido de las propias adaptaciones: los caminos de su
perfección. Sus etapas refléjanse en la mente humana como ideales. Un hombre,
un grupo o una raza son idealistas porque circunstancias propicias determinan
su imaginación a concebir perfeccionamientos posibles” (Ingenieros, José, 1913).
El
buen José Ingenieros nos entrega en “El hombre mediocre” una serie de
parámetros claros, expuestos desde la psicología, que nos permiten entender
mejor los procesos cognitivos y sociales por los cuales la raza humana
evoluciona. Es gracias a los idealistas que una sociedad avanza. Los ideales
nos permiten adelantarnos a nuestro tiempo y orientar nuestros esfuerzos a
fines evolutivos. “Un ideal no es una fórmula muerta, sino una hipótesis
perfectible (…) los ideales, entre todas las creencias, representan el
resultado más alto de la función de pensar”. Un ideal no es una simple ilusión
onírica: es un fruto de la imaginación que parte de la experiencia y anticipa
resultados futuros.
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José Ingenieros, autor de "El hombre mediocre" |
Hay
varios tipos de ideales: morales, intelectuales y sociales. Cuando la semilla
de uno se siembra, la exigencia nos obliga a cultivarlo de forma integral, pues
un ideal no se construye con fines egoístas, ni carece de fundamentos teóricos,
ni representa una índole maligna. Siempre se ponen al servicio de los demás,
sirven de referente y punto de partida. Cada ideal materializado por las
fuerzas del mérito y el rigor, es un paso hacia adelante en la historia de la
humanidad. Es gracias a los ideales –y a los idealistas- que evolucionamos.
Román
Guberm plantea en El eros electrónico que muchas de las inexplicables conductas que
tenemos hoy en día se deben a una herencia filogenética. Entendemos por
filogenética todo lo referente a la fiogenia, es decir al origen y desarrollo
evolutivo de las especies, de todas las estirpes de seres vivos. Guberm hace
especial hincapié en una evolución física y cerebral, determinada por las
necesidades. Justo lo que denomina “cociente de encefalización”.
No
olvidemos, pues, que la evolución humana se determina por los cambios
ambientales, de su entorno. La evolución representa entonces una exigencia y
una necesidad. Si no evolucionamos, morimos. Porque las condiciones son
diferentes y debemos cambiar con ellas. De ahí que las variaciones sean tan
importantes, pues es gracias a ellas que tenemos la capacidad de adaptarnos a
diferentes entornos y sobrevivir. Estamos en una evolución constante, aunque
apenas nos percatemos de ella. Es más, me atrevería a decir que hoy más que
nunca, nos enfrentamos a un proceso evolutivo tan rápido que se nos están
olvidando las nociones humanas más importantes.
Volvamos
a Ingenieros (1913). En el capítulo introductorio de su obra nos dice que
“Evolucionar es variar. En la evolución humana el pensamiento varía
incesantemente. Toda variación es adquirida por temperamentos predispuestos;
las variaciones útiles tienden a conservarse. La experiencia determina la
formación natural de conceptos genéricos, cada vez más sintéticos; la
imaginación abstrae éstos ciertos caracteres comunes, elaborando ideas
generales que pueden ser hipótesis acerca del incesante devenir: así se forman
los ideales que, para el hombre, son normativos de la conducta en consonancia
son sus hipótesis”. Tenemos en este fragmento varios elementos interesantes. El
primero de ellos nos dice que el preámbulo, antes de cualquier manifestación
física o social, es una variación en el pensamiento del individuo que, tal como
se señala en el segundo elemento, es un temperamento predispuesto. Luego,
haciendo alusión a la teoría de la selección natural, se afirma que las
variaciones que son útiles se conservan. Después, en un tercer momento, se expone
el papel que la experiencia cumple en la formación de conceptos genéricos (es
decir, comunes) y cómo se sintetizan para luego, por medio de la imaginación,
ser abstraídos, generando hipótesis que nos adelantan a ver el futuro. Y así,
teniendo ideales bien constituidos, por la experiencia y la imaginación,
establecemos unas normas que orienten nuestra existencia, siempre en función
del ideal.
Encontramos
en Guberm (2000) afirmaciones similares. El español nos dice que el hombre ha
planteado una estrategia de evolución cultural, la cual, naturalmente, tiene
funciones adaptativas. El autor de El eros electrónico también acepta la
idea de los temperamentos predispuestos que, posteriormente, se convierten en
normas. “En todas las sociedades humanas existen unas predisposiciones
biológicas que se elevan al rango de normas y a las que se superponen otras
normas, emanadas de la inteligencia humana y no de la biología: constituyen
códigos de conducta que reglamentan su convivencia y que en las sociedades más
desarrolladas se plasman en leyes y reglamentos escritos”.
Tenemos,
como punto de referencia, dos conceptos clave para la comprensión de estas
variaciones evolutivas. Por un lado, está la neofilia (atracción por lo nuevo),
y, por el otro, la neofobia (miedo por lo nuevo). Entre el equilibro que estas
dos fuerzas activas proporcionan, se encuentra la dinámica social humana. Es
como un tire y afloje, absolutamente necesario para el sostenimiento y la
evolución humana. Ambos elementos son igualmente necesarios.
De
la neofobia –llamémosle mejor conservatismo cultural- podemos destacar un
elemento positivo: su permanente preocupación por la perpetuación de la
especie. Actúa como un sensor de riesgo y peligros, activando de forma
inmediata una reacción de miedo. Hago aquí la salvedad de que el miedo tiene
dos caras, una buena y otra mala. En primer lugar, el miedo, como reacción
instintiva de los seres vivos, nos ayuda a conservar la vida, porque nos indica
dónde están los riesgos. Si no sintiéramos miedo saltaríamos al fondo de un
volcán, nos atravesaríamos en la mitad de un carril de Transmilenio o
saltaríamos sin paracaídas de un avión. El miedo, como regulador, es esencial.
Sin embargo, y aquí está el gran problema, el miedo, como el resto de las
emociones humanas, puede llegar a manipularse o interpretarse erróneamente.
Entonces, podemos llegar a sentir miedo cuando no hay peligros, cuando no tiene
ningún sentido tenerlo. El miedo se infunde, y hay quienes son expertos en ello. Vivimos con múltiples miedos, productos de
amenazas, prejuicios, traumas. Las religiones teístas nos hablan del temor de
Dios, el capitalismo nos aterroriza con el desempleo y la inflación, el Centro
Democrático con el castro-chavismo y la ideología de género, y Trump con el
muro.
El
miedo, en su acepción más negativa, no es más que una aberración, una
malformación de este instinto vital y natural. Es normal sentir miedo, lo
anormal es vivir con él. Como humanos, y como parte de nuestro proceso
evolutivo, estamos obligados a establecer diferencias entre el miedo natural y
el artificial, porque de lo contrario seguiremos confundiendo al virus con la
vacuna y seguiremos siendo esclavos de las más viles mentiras, inventadas para
dominarnos. Por lo demás, es justo reconocer la importancia de variar y
evolucionar, pero que eso no se nos convierta en un lastre, es decir, no todo
lo que sigue el rebaño va hacia la evolución. También es necesaria la
revolución, y esta, en su momento preciso, es una prueba de la evolución
humana, una victoria para la independencia del espíritu y una liberación para
la raza.
Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores
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