jueves, 28 de septiembre de 2017

La tentación de recordar



Bajo la monotonía inerte del trajinado devenir, perdí la sonrisa que me armaba contra las inclemencias de la existencia. La escasa paciencia que habitaba en mí se fue perdiendo al igual que el rumbo que creía tener. La visión borrosa del mundo me confundió sobre una realidad que no encontré nunca y ahora no me importa más. Harto de trastornos y locuras decidí que ya nada existía, que jamás hubo luz en ninguna parte ni momento de la vida. Tal vez solo hacía falta despertar, salir del sueño profundo en el que había caído sin notarlo y sin que nadie me consultara. Al fin y al cabo el viaje iba a continuar y yo no estaba dispuesto a seguir.

Conversando con un viajero, comprendí que también hay alegría más allá de las sonrisas. Poco encaja esta alegría en la sociedad ultrarazonada que metió todo en un pedantesco catálogo de almacén. Con el tiempo pasando bajo mis piernas y aquel caminante vivo enfrente mío, me detuve un momento, embalsamado por la angustia de mis visiones, y me entregué al abandono de las metas y los proyectos que la ilusión propaga en los instantes del inicio. El viento arreciaba con su cigarrillo y se llevaba los fragmentos de su placer. El rojo tintineante del cigarro se prendía con más frecuencia y lo que antes fuera sólido ahora se desvanecía en el aire.

El viento también arreció conmigo, con mi pasado, pero trajo hacia mí un manojo de hojas nuevas cuyo aroma podría hacer recordar cualquier cosa. Los sonidos demenciales de la tragedia contemporánea se extendían rimbombantes por el espacio, y hubiese podido caminar con los ojos cerrados convencido de no caer ni resbalar. Eso era lo peor de todo: un camino tan sabido que había perdido su función. El camino no es camino si se conoce, si no puede uno ir descubriéndolo en la medida que lo recorre. Nada hay que descubrir en la estrechez de esos senderos. En ellos me perdí y nunca regresé para contarlo.

De mis textos inacabados solo van quedando fragmentos, y fragmentos son también todos mis recuerdos. La memoria es una película infame que se quiebra en la inoperancia de su dinamismo y su tajante selectividad. Esos recuerdos no son testimonio fiel, pero se propagan como verdades y se adornan como doncellas. No son mentiras, pero tampoco verdades; actúan por sí solos y se desarrollan a su propio ritmo; nosotros somos el médium, el transmisor, y nuestra tarea consiste en codificar verbalmente lo que la caprichosa memoria y la cadenciosa imaginación han generado como realidad y como mensaje.


Poco o nada queda por decir, antes de que la tentación de recordar me gane la partida y quiera testificar en su nombre y voluntad.

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores

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