La vida, en su constante
devenir, nos va mostrando, casi siempre de modo saturado, un complejo sistema
de realidades que, entre unas y otras, conforman la cosmovisión social o
general de la realidad. Diariamente tenemos ante nosotros cualquier cantidad de
realidades, tan distintas entre sí, que sencillamente no nos alcanzaría esta
vida ni la próxima (si es que hay otra) para conocer los diferentes mundos que
nos rodean y que pasan por nuestro lado, van en el bus con nosotros, viven al
frente, a diez o 45 cuadras de nuestra casa, y que forman parte, al igual que
nosotros, del engranaje social que le da forma a la vida tal y como la
conocemos.
Los sociólogos Peter
Berger y Thomas Luckmann, en su Construcción
social de la realidad, plantean que existe una realidad, suprema e
innegable, de la que ninguno se puede escapar: la de la vida cotidiana. Esa
realidad la construimos a partir de un “aquí” y un “ahora”, siendo el cuerpo y
el presente la materialización de estos elementos respectivamente. Así, la
realidad que construimos en cada una de nuestras vidas, se encuentra
determinada por la distancia en que nos encontremos de nuestros objetos de interés,
llámense como se llamen. Si, por ejemplo, soy un estudiante de arquitectura,
mis intereses estarán guiados por todo lo concerniente a esta materia de
estudio y lo que a ella se refiere. Además, puesto que es una carrera
universitaria y presencial, deberé relacionarme con otras personas y entrar a
hacer parte de un conjunto específico (estudiantes, profesores, funcionarios de
la facultad, etc.) Asimismo, siguiendo la dinámica regular de las
universidades, el semestre académico llega a su fin, y, entre uno y otro, hay
un periodo de dos meses. En ese tiempo, supongamos, he decidido realizar
actividades completamente distintas a las que conforman mi rutina, porque he
sentido la necesidad de cambiar de ambiente para descansar; decidí tomar clases
de piano, ir al teatro una vez por semana, practicar natación y asistir a
cuanta fiesta me inviten. Pasados los dos meses deberé regresar a mis deberes
académicos, es decir, a mi realidad pues, sin decir que las pasadas vacaciones
estaban fuera de ella, fueron más una variación temporal de mi cotidianidad;
algo que todos, sin duda, necesitamos.
Las vacaciones son una
forma de tomar distancia de la realidad (en su acepción de cotidianidad), sin
salirse por ello de lo real, es decir, no forman parte de la ficción. La
ficción, por definición, hace referencia al acto de fingir. Y fingir, por más
bien que se haga, queda por fuera de toda intención que favorezca lo real. En
ese orden de ideas, podemos decir, sin arriesgarnos mucho y siguiendo una
lógica recta, que la realidad es justamente lo contrario de la ficción, porque
si esta le da los elementos a aquella, aquella no podría igualar a esta, solo
puede ser su reflejo. La ficción toma elementos de la realidad para poder
conformarse, aunque no por ello se asume como una verdad inminente. El problema
está cuando no somos capaces de distinguir entre la una y la otra, y creemos
real la más pretenciosa de la ficciones. Dice Cervantes, en boca del cura que
se obstina en sacar a Don Quijote de su locura: “… así como se consciente en
las repúblicas bien concertadas que haya juegos de ajedrez, de pelota y de
trucos, para entretener a algunos que ni tienen ni deben, ni pueden trabajar,
así se consciente imprimir y que haya tales libros –se refiere a los de
caballería- , creyendo, como es verdad, que no ha de haber alguno tan ignorante
que tenga por historia verdadera ninguna destos libros”.
Una de las mejores cosas
que tiene la realidad es que es algo flexible y variable, porque depende del
contexto en que se encuentre (lo que era real ayer, hoy puede ser totalmente
falso, y lo que hoy consideramos real, mañana puede ser una ridiculez) porque,
al igual que la ficción, es una construcción de carácter social. De ahí que
muchas ficciones se tengan como verdades, que antes tal vez lo fueron: porque
no todos vemos la realidad de la misma manera, y aunque nuestros cuerpos se
hallen en el presente, muchas mentes se quedaron en un punto de la historia,
negándose a seguir avanzando, mientras que otras –aunque más pocas- se inclinan
por mirar el porvenir. Y si cada contexto tiene su realidad, la cual debe cambiar
junto con las épocas, ¿por qué muchas personas se siguen arraigando a los
mismos principios morales y religiosos, dictados hace miles de años en
circunstancias abismalmente distintas y en latitudes tan lejanas a la nuestra?
¿Por qué se sigue viendo a los “textos sagrados” como portadores de verdades
absolutas, que regulan y determinan nuestra realidad inmediata, teniendo estos
tan poca relación con nosotros? Creo que lo mejor sería realizar una lectura
distinta, distante y sosegada, de estos libros, sean la Biblia, el Corán o el
Gita. Así aprenderíamos más de ellos y nos evitaríamos cualquier cantidad de
desengaños y tragedias que, por creer en ellos ciegamente, terminamos
sufriendo.
Yo también quisiera que
la realidad fuera distinta. Quisiera que Trump no hubiese sido elegido presidente
de los Estados Unidos, y no haber tenido que oír su discurso egoísta, avariento
y populista. Pero esas son realidades que no se pueden negar. Lo único que nos
queda es oponer nuestra realidad a esa otra que nos mortifica, haciéndola valer
como lo que es, para que la ficción sea el instrumento que nos ayude y no la
trampa que nos engañe.
Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores
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