viernes, 20 de enero de 2017

Entre la realidad y la ficción



La vida, en su constante devenir, nos va mostrando, casi siempre de modo saturado, un complejo sistema de realidades que, entre unas y otras, conforman la cosmovisión social o general de la realidad. Diariamente tenemos ante nosotros cualquier cantidad de realidades, tan distintas entre sí, que sencillamente no nos alcanzaría esta vida ni la próxima (si es que hay otra) para conocer los diferentes mundos que nos rodean y que pasan por nuestro lado, van en el bus con nosotros, viven al frente, a diez o 45 cuadras de nuestra casa, y que forman parte, al igual que nosotros, del engranaje social que le da forma a la vida tal y como la conocemos.

Los sociólogos Peter Berger y Thomas Luckmann, en su Construcción social de la realidad, plantean que existe una realidad, suprema e innegable, de la que ninguno se puede escapar: la de la vida cotidiana. Esa realidad la construimos a partir de un “aquí” y un “ahora”, siendo el cuerpo y el presente la materialización de estos elementos respectivamente. Así, la realidad que construimos en cada una de nuestras vidas, se encuentra determinada por la distancia en que nos encontremos de nuestros objetos de interés, llámense como se llamen. Si, por ejemplo, soy un estudiante de arquitectura, mis intereses estarán guiados por todo lo concerniente a esta materia de estudio y lo que a ella se refiere. Además, puesto que es una carrera universitaria y presencial, deberé relacionarme con otras personas y entrar a hacer parte de un conjunto específico (estudiantes, profesores, funcionarios de la facultad, etc.) Asimismo, siguiendo la dinámica regular de las universidades, el semestre académico llega a su fin, y, entre uno y otro, hay un periodo de dos meses. En ese tiempo, supongamos, he decidido realizar actividades completamente distintas a las que conforman mi rutina, porque he sentido la necesidad de cambiar de ambiente para descansar; decidí tomar clases de piano, ir al teatro una vez por semana, practicar natación y asistir a cuanta fiesta me inviten. Pasados los dos meses deberé regresar a mis deberes académicos, es decir, a mi realidad pues, sin decir que las pasadas vacaciones estaban fuera de ella, fueron más una variación temporal de mi cotidianidad; algo que todos, sin duda, necesitamos.

Las vacaciones son una forma de tomar distancia de la realidad (en su acepción de cotidianidad), sin salirse por ello de lo real, es decir, no forman parte de la ficción. La ficción, por definición, hace referencia al acto de fingir. Y fingir, por más bien que se haga, queda por fuera de toda intención que favorezca lo real. En ese orden de ideas, podemos decir, sin arriesgarnos mucho y siguiendo una lógica recta, que la realidad es justamente lo contrario de la ficción, porque si esta le da los elementos a aquella, aquella no podría igualar a esta, solo puede ser su reflejo. La ficción toma elementos de la realidad para poder conformarse, aunque no por ello se asume como una verdad inminente. El problema está cuando no somos capaces de distinguir entre la una y la otra, y creemos real la más pretenciosa de la ficciones. Dice Cervantes, en boca del cura que se obstina en sacar a Don Quijote de su locura: “… así como se consciente en las repúblicas bien concertadas que haya juegos de ajedrez, de pelota y de trucos, para entretener a algunos que ni tienen ni deben, ni pueden trabajar, así se consciente imprimir y que haya tales libros –se refiere a los de caballería- , creyendo, como es verdad, que no ha de haber alguno tan ignorante que tenga por historia verdadera ninguna destos libros”.

Una de las mejores cosas que tiene la realidad es que es algo flexible y variable, porque depende del contexto en que se encuentre (lo que era real ayer, hoy puede ser totalmente falso, y lo que hoy consideramos real, mañana puede ser una ridiculez) porque, al igual que la ficción, es una construcción de carácter social. De ahí que muchas ficciones se tengan como verdades, que antes tal vez lo fueron: porque no todos vemos la realidad de la misma manera, y aunque nuestros cuerpos se hallen en el presente, muchas mentes se quedaron en un punto de la historia, negándose a seguir avanzando, mientras que otras –aunque más pocas- se inclinan por mirar el porvenir. Y si cada contexto tiene su realidad, la cual debe cambiar junto con las épocas, ¿por qué muchas personas se siguen arraigando a los mismos principios morales y religiosos, dictados hace miles de años en circunstancias abismalmente distintas y en latitudes tan lejanas a la nuestra? ¿Por qué se sigue viendo a los “textos sagrados” como portadores de verdades absolutas, que regulan y determinan nuestra realidad inmediata, teniendo estos tan poca relación con nosotros? Creo que lo mejor sería realizar una lectura distinta, distante y sosegada, de estos libros, sean la Biblia, el Corán o el Gita. Así aprenderíamos más de ellos y nos evitaríamos cualquier cantidad de desengaños y tragedias que, por creer en ellos ciegamente, terminamos sufriendo.


Yo también quisiera que la realidad fuera distinta. Quisiera que Trump no hubiese sido elegido presidente de los Estados Unidos, y no haber tenido que oír su discurso egoísta, avariento y populista. Pero esas son realidades que no se pueden negar. Lo único que nos queda es oponer nuestra realidad a esa otra que nos mortifica, haciéndola valer como lo que es, para que la ficción sea el instrumento que nos ayude y no la trampa que nos engañe.

Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores

No hay comentarios.:

Publicar un comentario