Como colombianos muchas
veces nos preguntamos cuál es la razón que genera tanta violencia en nuestro
país. Devolvemos las hojas, revisamos las páginas, miramos documentales y, al
final, coincidimos en que todo tiene su origen en la confrontación de
ideologías políticas y sociales irreconciliables: entre la derecha y la
izquierda. Y sí, este es un problema grave, pero no el único. Existen, aunque
poco conocidos, casos en los que dos o más perspectivas antagónicas son capaces
de convivir en un solo contexto sin tener que recurrir a los golpes, a las
balas o a las masacres. De hecho, grandes intelectuales han entendido que
pueden nutrirse de concepciones distintas a las suyas para retroalimentar sus
ideas y ponerlas en común. Pero todo parte de un punto fundamental: la
cordialidad.
Sin importar qué tan
diferentes seamos unos de otros y cuántos contrastes se nos vean desde lejos,
hay algo que no podemos ignorar ni violentar: el respeto. Cuando reconocemos que
cualquier persona es digna y merecedora de respeto, sin importar quién sea
(profesor, estudiante, creyente, ateo, policía, guerrillero, indígena, blanco,
negro, doctor, vigilante, etc…), entendemos que hay unos límites que no podemos
violar porque, de lo contrario, estaríamos agrediendo al otro. No se trata de
no discutir ni debatir, o de oponerse pacíficamente y con argumentos a una
propuesta y cosmovisión distinta. El debate y la crítica constructiva nos
permiten crecer y aprender, siempre y cuando sepamos mantener a raya nuestros
prejuicios, y ser cordiales con nuestros contendores.
Y, para ser franco,
lograr y mantener unos niveles mínimos de cordialidad para mejorar la
convivencia, no es tan difícil. Todo comienza por un saludo. Saludar es un acto
de suprema importancia para la vida en común. Cuando saludamos reconocemos al
otro y le damos importancia; ¿qué tan difícil puede ser responder el saludo de
alguien en la mañana o en la tarde?, la verdad no es mayor cosa y puede
resultar muy grato, pero ¿cuántos conflictos, discordias, peleas y tragedias no
se han desatado a causa de pasar de largo, ignorando o negando un saludo?
Muchos de los asesinos
relámpago o en serie que se han convertido en personajes por sus espantosos
alcances, confiesan que esa furia suya nació del sentirse marginados,
rechazados o ignorados por la sociedad. “Si tan solo hubieran respondido a mi
saludo”, dicen muchos de ellos. En el gigante acervo cultural del mundo,
conformado por religiones, tradiciones, civilizaciones y valores, no hay ni una
sola cultura –hasta donde se sabe- que haya rechazado el saludo como forma
esencial de interacción entre seres humanos. Se hace de muchas formas: con un
apretón de manos, por medio del Námaste (saludo tradicional oriental), sacando
la lengua (como los monjes tibetanos) o sencillamente con una pregunta: ¿cómo
está usted hoy? Y sin importar la diversidad de ellos, todos tienen el mismo
fin: hacer posible la vida en común, mejorar la convivencia, y hacer más
armoniosa la vida por medio del reconocimiento del otro.
En plena era de
reconciliación, perdón y diálogos, en el contexto del posconflicto y los
acuerdos de paz, debemos ser, más que nunca, conscientes de nuestra
responsabilidad frente a las relaciones interpersonales de las que somos parte.
Muchos de los excombatientes armados que pasaron, si no toda, media vida en la
guerra, intentarán reintegrarse a la vida civil. Y a lo que voy es que no solo
debemos ser cordiales en nuestro trato con ellos, sino que debemos ser un
ejemplo de convivencia en la vida cotidiana. Para ello, podemos empezar por
nuestros espacios más cercanos: nuestro colegio, nuestra familia, nuestro
barrio, nuestro trabajo, el círculo de amigos del que hacemos parte y demás
ambientes sociales en que nos desarrollamos como individuos y miembros de una
comunidad.
¿Cómo sería el ambiente
de nuestra universidad si los estudiantes saludaran a sus docentes no solo en
el aula sino cuando se los encuentran en la calle, si fueran más cordiales con
sus compañeros, o, si los docentes respondieran al saludo de sus colegas,
saludaran a las personas encargadas de hacer el aseo, preparar la comida, y de
la seguridad de la institución? No nos limitemos únicamente a cumplir con los
deberes académicos o laborales, o con un horario de trabajo o estudio. Seamos
agentes de cambio, de mejoramiento y progreso en la dinámica social de nuestro
país. Tan solo hay que parar, saludar y respirar.
Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores
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