Hace ya varios siglos la Iglesia llevó a Giordano Bruno a una hoguera
ubicada en la plaza pública de Roma por haber afirmado, según sus convicciones,
que Jesús no era ningún mesías, sino un mago muy especial que había viajado por
Pakistán, y que María no era virgen. Primero, Giordano fue persuadido para que
declara públicamente el error de sus afirmaciones, pero él, con un espíritu
claro y una conciencia pura, respondió que no tenía nada de qué arrepentirse, y
así, fue sentenciado. Lo quemaron, a él y a sus libros, en frente de todo el
mundo, para que así todos vieran lo que significaba cuestionar la ley del
divino, que, al parecer, estaba muy ocupado para apagar las llamas que
fundieron el cuerpo de Bruno y despegar los clavos que atravesaron las manos de
Cristo.
No hay mejor ejemplo que Bruno para demostrar que la diferencia y la
originalidad siempre han sido considerados delitos en el poder del Statu Quo. A
Sócrates lo obligaron a beber cicuta; a Jesús lo crucificaron; a Bruno lo
quemaron; a Gaitán, Galán y Garzón los balearon; a Allende lo asesinaron
brutalmente; y al Ché le cortaron ambas manos antes de enterrar su cuerpo en
cualquier hueco cavado en la espesa selva boliviana.
Tal vez, con la implementación de los derechos humanos, la mortandad de
genios y seres distintos ha disminuido considerablemente. Sin embargo, existen
muchas otras formas de silenciar y enterrar el mensaje de los que no
representan la ideología dominante. Se inventan normas, arman escándalos, dicen
mentiras y denigran la humanidad de las personas que quieren acabar. A través
del lenguaje, por medio de insultos y términos destructivos, se ha procurado la
afectación moral de quienes son diferentes en una sociedad aparentemente
homogénea: “marica”, “mamerto”, “loca” y otros cuantos que resultarían
chillantes en un escrito como este. Sí, es más difícil matarte, pero es muy
fácil marcharte.
No fue hace mucho, apenas el año pasado, que un gran concilio de
iglesias evangélicas, con el apoyo del catolicismo, convocó una marcha en
contra de algo que ellos mismos engendraron y bautizaron en la pila de alguna
de sus iglesias: “la ideología de género”. Según el concejal por Bogotá del
partido Opción Ciudadana, Marco Fidel Ramírez, esto consiste en una serie de
ideas que niegan la naturalidad de los seres humanos, dejándoles la opción a
las personas de elegir su orientación, confluyendo todo en la degradación moral
del país. Eso es la ideología de género. Y esa ha sido la bandera, el caballito
de batalla de los pastores y los curas que están desesperados por la crisis de
fe que afronta su religión. Y por eso han decidido entrar a operar en la
plataforma política, porque saben que allá hay otros intereses con lo que se
puede jugar para llegar al poder y consumar sus luminosos credos.
La neofobia no es propiamente una actitud personal, sino que es más de
carácter social, determinando así la conducta de una masa de individuos que
mezclan intereses heterogéneos en un amasijo uniforme que sirve de barrera o
red de contención. De manera infame se combate, con argumentos y palabras
repetidas, la diferencia, la originalidad. Se nos niega constantemente la
posibilidad de aportar algo distinto a la sociedad. Se nos obliga a vestirnos
como la “gente de bien” se debería vestir, no vaya y sea que lo tomen por
“marica” o “marihuanero satánico”. Y no es una exageración; es así.
Ahora, ¿qué puede pasar al interior de una sociedad cuando el actor
porno más reconocido del mundo dice que apoya el cambio de género de su hija?
Se pueden hacer varias cosas: abordar el tema con prudencia y objetividad;
escuchar la versión del protagonista; permitir un diálogo abierto y la
argumentación seria; y, ante todo, respetar los distintos puntos de vista. Sin
embargo, al llegar a determinados contextos, esta información se convierte en
causa de caos y objeto/sujeto de acusación: “No es posible; la corrupción de la
moral ha llegado a sus límites. Es el sonido de la séptima trompeta” sería la
respuesta de un líder conservador de fundamentos cristianos.
No decimos con esto que las posiciones cristiana, conservadora,
musulmana o reaccionaria carezcan de valor. Ellos también merecen respeto y
tienen la libertad de profesar sus doctrinas libremente sin que nadie los
ataque por ello. El problema llega cuando, utilizando dichos argumentos,
interfieren en los procesos sociales de los demás, que no piensan como ellos.
Ahí es cuando inician los conflictos, porque se mezclan contextos contrarios
que nunca han debido encontrarse.
Por eso es tan necesario que la Constitución diga como dice, que
Colombia es un Estado laico que reconoce la diversidad de culturas y cultos.
Constitucionalmente todos deberíamos regirnos a ese principio pues nos favorece
a todos y no le da preferencia a nadie en especial, incluso cuando la mayoría
de los ciudadanos profesa el catolicismo, seguido del protestantismo. Pero se
devuelven ellos con lo mismo: que la verdadera ley está decretada por el Señor,
gobernador de todas las naciones y que por su derecho a la libertad religiosa
pueden arremeter contra lo que no quiere su religión. Ahí uno debe responderles
lo que respondió Nacho Vidal en entrevista con La W: que cada quien críe a sus
hijos según sus creencias y principios, al interior del hogar, con normas de
conducta familiares y privadas, pero que de puertas para afuera el mundo es
distinto y hay muchas más familias, de las cuales no todas son iguales y se
componen de acuerdo a sus propios principios y creencias. La verdad, eso no es
nada difícil de entender y de aplicar. Nadie les está diciendo que renuncien a
su fe ni que traicionen sus creencias, simplemente se les pide que respeten a
los otros como ellos exigen respeto. Simple ¿no?
Hay múltiples estudios (demasiados, en realidad) que tratan de explicar
si uno nace o se hace homosexual, heterosexual o cualquier otro género. Unos
afirman que todo es cuestión genética y se nace; otros que, de acuerdo con las
experiencias de la persona, el género se desarrolla, entonces se hace; y así
sucesivamente. Sin embargo, sea cual sea la causa, lo primero es reconocer que
el fenómeno es real. Ya con eso, no podemos negar a la persona ni su situación.
Como segundo momento, nos llega la pregunta (a todos nos llega) de si eso es
bueno o malo, y ahí entra a jugar la empatía, cualidad ligada a la inteligencia
psicológica que unos tienen más desarrollada que otros. Nada que hacer, debemos
ponernos en los zapatos del otro (nótese la aplicación humanista) y tratar de
entender el mundo desde ahí. Y así, cuando hayamos realizado dicho ejercicio
comprenderemos que no se trata de querer transformar al otro de acuerdo a mis
convicciones, sino de entenderlo, comprenderlo y reconocerlo.
En cuanto al rol de género las cosas han cambiado bastante. Tal vez si
cuando apenas habían diez habitantes en la tierra cinco eran gays, era
comprensible que se viera eso como un problema, porque se ponía en riesgo la
continuación de la especie. Pero en el mundo de ahora, donde la superpoblación
es una crisis, y países como China han determinado tomar medidas de restricción
de la natalidad, probablemente tener hijos no es necesidad de primera
mano. De hecho, muchas personas consideramos que cerrar el ciclo reproductivo,
es decir, no tener hijos, es una forma de salvar el mundo. De modo que el rol
hombre/mujer tradicional pierde su sentido como necesidad biológica. Además uno
puede hacer y ser muchas cosas más aparte de padre o madre y contribuir a la sociedad:
ingeniero ambiental, biólogo marino, filósofo, psicólogo, docente, comunicador,
músico, poeta o político (de los buenos, que piensan en la gente).
En fin, ya para concluir, es necesario recordar que pocos asuntos hay
tan importantes como el sentido de la existencia. Todos somos distintos y le
damos a nuestra vida un sentido y una motivación distinta pues cada uno tiene
sueños e ideales que estimulan el deseo de vivir. Por eso no le podemos negar a
nadie la posibilidad de elegir sobre su propia vida (sexualidad, profesión,
gustos, etc.), porque, de lo contrario, le estaríamos cerrando las puertas a
encontrar un sentido de vida, es decir, lo estaríamos matando en vida. Todos
tenemos derecho a vivir, a elegir libremente y a expresarnos sin que nos insulten,
asesinen o discriminen. En palabras del mismo Nacho Vidal: “nadie debería ser
obligado a ser algo que no quiere”.
Juan Hernany Romero C.
@SectaDeLectores
No hay comentarios.:
Publicar un comentario